sábado, 22 de septiembre de 2007

ORATORIA SAGRADA. Características de la Predicación Evangélica

Disertación del P. Walter Moschetti en el 3er. Simposio Nacional de Oratoria realizado los días 30 y 31 de octubre de 2004 en el Teatro La Comedia de la ciudad de Rosario, Santa Fe, Argentina.

Hay varios factores que ponen en crisis a la predicación cristiana en el mundo contemporáneo. Entre ellos hay que mencionar los que provienen de los propios ministros y los que vienen del mundo. Hay algunas carencias en los predicadores: la falta de suficiente preparación, la falta de actualización bíblica, la falta de entusiasmo, la incapacidad de comunicarse adecuadamente con los oyentes. Hay otros externos, tales como la secularización, el ateísmo, la ideologización. (1)
No hay duda: "la predicación sacerdotal en las circunstancias actuales del mundo resulta no raras veces dificilísima" (PO 4)
El problema no es nuevo. El profeta Jeremías, abrumado por su responsabilidad llegó a decir: "Cada vez que hablo es para gritar: Violencia, devastación. Entonces dije: No lo voy a mencionar más ni hablará más en nombre de Dios. Pero había en mi corazón un fuego abrasador encerrado en mis huevos; me esforzaba por contenerlo, pero no podía" (20, 8-9).
Ese fuego abrasador incontenible infunde la certeza –en medio de tantas dificultades- de estar al servicio de la Palabra de Dios.
El predicador, como hombre de Dios, ha sido constituido "heraldo, apóstol y maestro" de la Buena Noticia.
San Agustín, en una página de De Catechizandis rudibus, analiza las condiciones y la situación de aquel que comunica la Palabra, del catequista o del predicador, partiendo de su experiencia personal. Escribe así:
"Ya ves, tampoco yo estoy conforme casi nunca con mis sermones. Tengo toda el alma puesta en aquello que estoy gozando en mi interior, antes de comenzar a exponerlo con palabras; y si no lo digo como lo siento, me entristezco al ver que mi lengua no ha estado a la altura de mi corazón. Querría que todo el que me escucha entendiera lo que yo entiendo; pero eso no sucede, y me doy cuenta de que es por culpa de mis palabras… Por tanto, a veces, nos duele comprobar que nuestro auditorio no alcanza a comprendernos, a pesar de que nosotros intentamos, por así decirlo, ponernos a su nivel abriéndonos paso a duras penas entre las sílabas…"; "El pensamiento ya no es el mismo cuando se expresa en palabras. Por eso resulta tan molesto hablar: es más cómodo callar… Sin embargo, es hermoso también sentir cómo en nuestro interior fluye la caridad, tanto más fuerte cuanto más generosa ha sido al adaptarnos a los demás".
El predicador es una persona que, habiendo hecha suya la Palabra y sintiéndola por dentro, vive el esfuerzo, el drama, el riesgo y la aventura de tener que comunicarla a los demás, y acepta este mandato.
"¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!".
Esta exclamación de San Pablo indica que el predicador siente su ministerio como una necesidad, aunque tal vez preferiría callar porque se da cuenta de que las palabras son inadecuadas, que son mal interpretadas, que no son entendidas. Querría no tener que pronunciarlas, sin embargo, vuelve a sentirse embargado por el ansia de este fuego que quiere comunicarse.
Esta predicación tiene una cualidad, una vibración sutil que de algún modo empapa cada una de las palabras que se pronuncian en nombre de Dios.
El corazón está en el fondo de toda comunicación acerca de Dios.
"Cor ad cor loquitur": es una expresión de San Agustín que en principio se refiere a la relación entre Dios y el hombre, y se puede aplicar también al hombre de Dios que habla a otro hombre amado por Dios.
"Cor ad cor loquitur": "El corazón habla al corazón". Significa entonces que la comunicación sale del interior de una persona y busca el interior de la otra.
Podemos remitirnos a nuestra experiencia como oyentes: hay cosas que escuchamos porque nos damos cuenta de que tienen alguna importancia, y aunque estemos cansados, distraídos o fatigados, nos esforzamos en prestar atención.
Otras veces nos pasa que, llega un momento determinado en el cual espontáneamente escuchamos con interés, porque se nos transmite algo. Nuestra atención adquiere calidad, las palabras nos alcanzan, llegan hasta el corazón como un mensaje. Esto es el "cor ad cor loquitur": la verdadera clave para comprender el misterio de la comunicación, sobre todo cuando expresamos realidades que atañen íntimamente a la persona. Por ejemplo, el misterio de Dios.
En la predicación cristiana tiene que haber algo que sale del corazón, que representa el corazón, que habla al corazón.
Desde el corazón. La predicación cristiana nace de la vida interior, del convencimiento profundo, y también de los sufrimientos más grandes.
Significa, en una palabra, que hace falta una preparación. Sin preparación, corremos el riesgo de hablar de manera superficial, movidos por las impresiones del momento, expresando las pocas ideas que nos vienen a la mente.
Para entrar en el corazón tenemos que hacer un cierto camino porque no resulta fácil "pescar" en nuestro interior: hace falta un tiempo de reflexión.
Con frecuencia nos equivocamos porque, bajo la urgencia de una circunstancia, nos preguntamos: ¿Qué voy a decir sobre este tema, sobre esta página del Evangelio? Aquí es cuando empezamos ya a equivocarnos, en la misma pregunta, que no es espiritual, sino superficial.
Antes deberíamos formular otras dos preguntas.
La primera: ¿Qué dice la Palabra de Dios? En primer lugar voy a leerla con atención, casi como si fuera la primera vez, subrayándola, saboreándola, ayudándome con algún comentario del texto. De este modo, se renueva por dentro el conocimiento de esa Palabra que es siempre nueva.
La segunda: ¿Qué me dice a mí? ¿Me sacude, me toca, o no me toca, o parece no interesarme?
De hecho, si a mí no me interesa, tampoco le interesará a mi auditorio. Estamos en al misma situación y tenemos que preguntarnos juntos por qué será que este Palabra nos resulta rara, y cuáles son los prejuicios que nos impide acogerla.
Ahora sí puedo hacer la tercera pregunta: ¿Qué voy a decir sobre esta Palabra, ya filtrada en mi interior?
La misma predicación tiene un corazón y, si no lo tiene, el predicador divaga, y las frases salen deshilachadas, puestas una junto a la otra sin que se entienda qué es lo que verdaderamente se pretende comunicar.
Al corazón. La comunicación debería poder alcanzar aquello que la persona vive o pretende vivir en su vida interior.
Vida interior en su sentido más amplio: impulsos hacia Dios y decaimientos interiores, angustias, tinieblas, miedos. Lo que importa es llegar a este corazón de la persona.
Hoy nos preguntamos a menudo cómo podríamos hablar al hombre moderno, tecnológico, al hombre posindustrial, poscristiano. Las soluciones pueden ser muchas (inculturación, diálogo cultural…) pero la raíz de todo está en lo que ya hemos dicho: entrando dentro de sí, descubriendo la vida interior y comunicándola se puede tener la esperanza de encontrar una verdadera comunicación.
No se trata de transformar el lenguaje disfrazándolo, sino de que nos basemos en la vida interior, que es idéntica en sus penas, sufrimientos y anhelos, a la de todos los demás hombres, sin excepción.
No sólo será gritando o escribiendo en las paredes "Dios existe" como vamos a ayudar a la gente a creer en Dios. Tendremos que demostrar que ese Dios entra en todas las dimensiones diarias y las transforma, que es el Dios que ha entrado en nuestra vida y la ha transformado.
Esta experiencia de Dios es lo que estamos invitados a comunicar, cumpliendo a la perfección el ministerio de predicador del Evangelio, zambullidos en la santidad y sabiduría de la Palabra de Dios, para comunicarla con la debida dignidad y competencia. Hacer germinar la semilla de la Palabra sintiendo el esfuerzo y el peso de su trabajo, y el gozo de ser embajadores de Cristo que sigue comunicando, por medio de nosotros, la Palabra de la Vida y de la Salvación.
Resuene en nuestros oídos aquellas palabras de Pablo VI:
"Conservemos la dulce y confortadora alegría de evangelizar, aún cuando haya que sembrar entre lágrimas".

BIBLIOGRAFIA
San Agustín: De Doctrina Christiana; De catechizandis rudibus; De Magistro.
San Juan Crisóstomo: Diálogo sobre el sacerdocio
San Francisco de Sales: Cartas a Mons. Fremyot sobre la predicación
Gunthör: La predicación cristiana. Guadalupe
CELAM: la homilía. Bogotá 1983
Schrr: Predicación cristiana en el siglo XX
Martini: El presbítero como comunicador. PPC 1996
Moioli: La espiritualidad del predicador
Cifelli: Anunciando el Reino
______________________
(1) De "El Directorio Parroquial" de la Arquidiócesis de Buenos Aires (1978), n.100

1 comentario:

Francisco Torrealba dijo...

Me ha gustado mucho el artículo. Gracias por compartirlo.