sábado, 22 de septiembre de 2007

BUSCANDO EL PERFIL DEL COMUNICADOR CATOLICO

El planteo inicial que hacemos al buscar el perfil del comunicador católico es preguntarnos "Quiénes somos?". Tan valioso es identificar esta identidad propia, que nos sitúa como cristianos comprometidos en la tarea evangelizadora de la Iglesia, que determinará nuestra acción y hará que nuestro compromiso sea más conciente, y de allí, más efectiva nuestra tarea.
La realidad relativamente nueva de la comunicación social en la vida del mundo y de la Iglesia, hace que muchas veces no estemos situados como comunicadores católicos dentro de la Pastoral orgánica de la diócesis, o incluso de nuestra parroquia, movimiento o institución. Es más fácil identificar y nuclear a catequistas, voluntarios de Cáritas, ministros y colaboradores de la liturgia, que a los que estamos realizando nuestro apostolado utilizando los instrumentos de la comunicación social. Busquemos nuestro lugar, organicemos nuestra pastoral, tan vinculada con las demás pastorales, encontrémonos para compartir nuestra tarea, seamos factores de comunión y unidad en nuestras comunidades.
Esta es una tarea propia de nuestra misión. No podemos ser cómplices de la gran obra diabólica de la división. Nuestra comunicación debe expresar nuestra comunión. A la vez, la comunicación, favoreciendo el encuentro, el diálogo, la apertura, el conocimiento, genera en su entorno, comunión. Estamos llamados a ser instrumentos de unidad en la Iglesia.
Decíamos al comienzo, que somos cristianos comprometidos en la tarea evangelizadora de la Iglesia. Es elemental que nos situemos en esta realidad que nos identifica. Nuestra misión no es una tarea independiente. No podemos ser “francotiradores”, pues estamos comprometidos en lo más esencial de la Iglesia: la Iglesia existe para evangelizar. Cada cristiano ha recibido del Señor esta misión. Y por ello también nosotros nos sentimos urgidos por este mandato: "Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio a toda la creación". Nosotros cumplimos este deber contando con los poderosos medios de la comunicación social, pues hemos recibido dones, talentos, aptitudes que nos capacitan para acercar al hombre de hoy el mensaje de Jesucristo con el lenguaje y los medios modernos con los que nos comunicamos en la actualidad.
Hemos recibido un mandato. Nuestro apostolado es una vocación. Fuimos llamados por Jesús, y la Iglesia nos envía con esta misión. Sintamos hoy en lo profundo del corazón que hemos sido elegidos y capacitados para realizar esta tarea. La Iglesia confirma esta elección divina, alentándonos y dándonos el lugar que tenemos, para que difundamos con dignidad y competencia la Palabra de Dios a través de aquello que escribimos, decimos o mostramos.
Nuestra difícil, comprometida y apasionante misión nos exige un conocimiento acabado de la realidad a la que hemos de anunciar el Evangelio, a la que hemos de impregnar con los valores evangélicos. Nuestra cambiante cultura nos exige estar al tanto de las situaciones que se presentan para dar respuesta desde nuestra fe. No podemos pues vivir un espiritualismo que nos aísle, sino que, con el corazón firme en el Señor hemos de caminar con pies firmes las realidades del mundo, con juicio crítico y capacidad de comprensión, tolerancia y diálogo.
La Iglesia nos llama a una nueva evangelización, nueva en sus métodos, en sus expresiones y en su ardor. Necesitamos siempre encontrar nuevos lenguajes para anunciar el Evangelio. Es muy significativo lo que nosotros podemos aportar a este tiempo. El hecho de estar capacitados para utilizar el lenguaje de los medios nos pone en un lugar privilegiado a la hora de evangelizar. Como decía Pablo VI "Nos sentiríamos culpables delante de Dios si no utilizáramos estos poderosos medios para evangelizar".
Por ser tan importante nuestra tarea –misión recibida del Señor e impulsada por la Iglesia- no podemos comunicar de cualquier manera. Debemos apuntar a la excelencia en la comunicación católica. Nuestro estilo de comunicar debería ser modélico. Allí mostraremos la dignidad y riqueza de la Palabra de Dios. Por eso hemos de buscar cada día capacitarnos para utilizar debidamente la palabra, la escritura, la imagen e incluso las nuevas tecnologías. El comunicador católico debe estar capacitado técnicamente para esta tarea que le exige una constante creatividad puesta al servicio del Reino. Debemos generar ideas originales, entretenidas, capaces de llegar al corazón de nuestro interlocutor y transformar su vida con el poder vivificador del Evangelio. Los más jóvenes deben buscar alcanzar una preparación terciaria o universitaria en este campo. Nos faltan profesionales consagrados a vivir este apostolado con convicción, coherencia y calidad profesional. Nos falta muchas veces la necesaria astucia de la que hablaba Jesús desafiándonos a la evangelización.
Claro que no basta la preparación técnica. No sólo hay que adquirir un buen lenguaje, tener una buena voz, escribir correctamente o mostrarse de forma adecuada en los medios audiovisuales. Hay que tener algo que decir. De allí que sea tan importante la formación doctrinal. Y esta es una formación permanente. Hoy día no basta haber hecho un curso bíblico, o un seminario de catequesis, ni siquiera ser profesor de teología...Cada día debemos leer, estudiar, investigar, para "dar razones de nuestra fe", como nos dice San Pablo. Debemos fundamentar la verdad que proclamamos. La Iglesia en su larga tradición magisterial tiene elaborados infinidad de documentos que argumentan sus dogmas y su moral. Nosotros debemos ir siempre a esas fuentes. No podemos ser "opinólogos" –como tantos presentes en los medios-. Cada tema que tratamos debe ser tratado con responsabilidad, pues estamos comprometidos con la Verdad.
Muchas veces creemos que basta la sola experiencia subjetiva de la fe, y solemos separar lo doctrinal de lo vivencial. En realidad la teología debe llevarnos al Sagrario. A medida que profundizamos intelectualmente la fe, ésta debe crecer y transformarse en oración, en encuentro con el Dios vivo. Es que de esta experiencia profunda y auténtica debe hablar luego nuestra boca. El comunicador católico –evangelizador en el seno de la Iglesia- es un testigo de Cristo, y como los apóstoles ha de decir aquello "que ha visto y oído", su experiencia profunda de fe personal y comunitaria. No podrá pues, callar... es que "de la abundancia del corazón habla la boca", y esto lo perciben los receptores de nuestros mensajes, pues "quien come ajo huele a ajo, quien come Eucaristía, huele a Eucaristía..."
Al ejercer nuestra tarea, estamos poniendo sobre el candelero nuestra luz, la luz de Jesús. Son nuestras buenas obras las que deben alumbrar para que los hombres al vernos actuar puedan creer, -como nos ha enseñado el mismo Jesús-. Pero qué difícil es estar tan expuesto en un medio de comunicación, transformado hoy en vidriera del mundo, sin opacar a quien es la Luz verdadera.
Un pecado en el que podemos caer como comunicadores es la falta de humildad. "Aparecer" en un medio nos pone en un lugar destacado. No siempre estamos preparados para esta exposición pública. Por ello, la humildad modera el apetito que tenemos de la propia excelencia, contrarresta la soberbia, el orgullo, la vanidad. Si no somos concientes, como Juan el bautista, de que sólo somos la voz de quien es la Palabra, nos enceguecerán los aplausos y halagos que a menudo recibimos de nuestros interlocutores. Es verdad que alienta nuestra tarea el saber que nuestros receptores reciben nuestro mensaje con agrado, pero siempre estará el riesgo de querer "aparecer". Allí sería infecundo nuestro apostolado y quedaría trunca la evangelización, pues apareceríamos nosotros y no Jesucristo, corriendo incluso el riesgo de acomodar el Mensaje para "quedar bien" con quienes nos escuchan o leen.
Esta reflexión nos hace deducir que sólo los Santos evangelizan, pues el verdadero anuncio ha de realizarse con la palabra y el ejemplo.
Pensar en nuestra identidad como comunicadores católicos es pensar en nuestro singular camino de santidad.
Miremos a los patronos de la comunicación. Cuánto bien podemos sacar para nuestra vida espiritual si indagamos sobre la vida y misión del apóstol San Pablo, de San Maximiliano Kolbe, de San Francisco de Sales, de San Juan Bosco, de San Juan Crisóstomo, del Beato Santiago Alberione, entre otros.
Si nuestro apostolado es vocación, misión dada por el Señor y envío recibido de la Iglesia, es por aquí donde pasará nuestra santificación personal. No podemos pensar en ser santos fuera de nuestraactividad cotidiana. Nuestros relatos, nuestros escritos, nuestras producciones radiales, televisivas, gráficas o digitales son nuestra respuesta a la voluntad de Dios. De allí la perfección de nuestro obrar y el camino permanente de la conversión en el discernimiento de lo que vale y de lo que no.
Asumir con seriedad nuestra misión de comunicadores católicos es asumir con seriedad nuestra santidad de vida. Desde allí podemos esperar buenos frutos de nuestros desvelos en pos de la evangelización.
Son muchas más las cosas a decir, mucho más el camino de reflexión que nos queda para ir encontrando el perfil adecuado del comunicador católico. Queda pues abierta esta reflexión para seguir argumentando nuestra identidad e identificarnos con la misión recibida. Responderemos así al Señor que nos eligió, con la alegría de sabernos instrumentos suyos en comunión con la Iglesia, para la salvación del mundo.

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