viernes, 26 de noviembre de 2010

EVANGELIZAR EN LA ERA DIGITAL

Todos necesitan el Evangelio. El Evangelio está destinado a todos. Con esta conciencia la Iglesia nunca ha interrumpido la evangelización de la cultura donde está inserta. Por ello mismo en todas las etapas de la historia ha buscado nuevos caminos para llevar el Evangelio a todos.
La era tecnológica con sus sistemas específicos de comunicación la desafían una vez más a hacer accesible su mensaje con los nuevos lenguajes de los Medios de la Comunicación Social
¿Debe hacer uso la Iglesia de los nuevos medios de comunicación en su tarea de anunciar el Evangelio? No cabe duda de la respuesta positiva a esta pregunta. Respuesta que tiene carácter de urgencia y necesidad, de grandes posibilidades y de don de la Divina Providencia que nos da la riqueza de dones que efectivizan la misión y, desde donde se llega a números insospechados de hombres y mujeres sedientos de un mensaje de vida que de razón y sentido al caminar por el mundo, y proyecten la misma vida hacia una realidad que trascienda lo efímero y pasajero del andar cotidiano hacia lo estable y duradero de la fe.
Existe en la Iglesia de América Latina una cierta percepción de la importancia de la comunicación social, pero no siempre somos capaces de advertir cómo afecta esa realidad a todas las relaciones humanas y a la misma pastoral.
A pesar de ello, podríamos enumerar pequeños-grandes esfuerzos de emplear los modernos medios de la era digital propiciando un acercamiento de diálogo y contacto a los hombres y mujeres de este tiempo.
¿Lo realizado hasta ahora responde plenamente a las exigencias del momento?
La carente formación, creatividad y recursos son algunos de los factores que han hecho insuficientes muchos de los esfuerzos en esta materia. Tenemos un largo camino que andar, rescatando la experiencia del pasado, capitalizando los esfuerzos del presente, reflexionando y comprometiendo nuestros talentos en esta misión, mandado de Cristo de “ir por todo el mundo anunciando el Evangelio” (cf. Mc 16, 15-18)
Semanas atrás los medios masivos de comunicación de Argentina se hicieron eco de la experiencia con jóvenes llevada adelante por un sacerdote de una diócesis del país.
“Misas bolicheras”. “Cura Flogger”. “El cura cheto que usa zapatillas y jean”, fueron algunos de los títulos que mostraron una Iglesia renovada, que busca acercar a los jóvenes a Dios desde su misma realidad juvenil. La utilización de nuevas tecnologías y los sistemas de comunicación forman parte de la propuesta de la Parroquia de Avellaneda, en la Provincia de Santa Fe de la República Argentina.
Las nuevas redes sociales, utilizadas como herramientas de la nueva evangelización, han hecho que los jóvenes hagan experiencia la fe desde su cotidianidad y reciban, desde su mismo lenguaje, el mensaje siempre nuevo del Señor.
Lo más valioso del trabajo del Padre Sebastián con los jóvenes en Argentina es la comunión de un proyecto pastoral parroquial a favor de los jóvenes del sector. Él mismo ha dicho ser sólo la cara visible de esta “movida joven” que ofrece un espacio distinto a los “pibes”, comunicando el Evangelio “con un envase distinto, con un nuevo modo de comunicación”. Luces, humo, efectos sonoros y láser forman parte de la propuesta a la hora de celebrar la Eucaristía, de la que los jóvenes se sienten parte y se juegan por participar y colaborar.
La transmisión de valores es uno de los aspectos más importantes en la vida de una persona. Aunque los valores se inculcan ante todo en el núcleo familiar, los jóvenes los aprenden en el ambiente donde emplean su tiempo. Son los medios de comunicación los que con más fuerza impactan sobre su persona y no siempre dan lecciones de buenas costumbres, olvidando que los jóvenes necesitan principios fundamentales de honestidad, veracidad y rectitud de conciencia, en orden al perfeccionamiento de su vida.
Por ello, la búsqueda de nuevos métodos en la nueva evangelización es fidelidad al llamado de tener en cuenta el fenómeno de la comunicación y sus implicancias que llevan a adaptar las respuestas pastorales a esta nueva realidad, integrando la comunicación a la Pastoral de Conjunto.
Hoy encontramos en los medios digitales de la tecnología comunicacional recursos más aptos para representar la relación con Dios e incluso nos ayudan a una mayor y más adecuada participación en los mismos actos litúrgicos. Es impensado hoy establecer cualquier tipo de comunicación pastoral sin tener en cuenta los sistemas y recursos del lenguaje audiovisual propio del hombre de hoy.
“Dado que la exclusión digital es evidente, las parroquias, comunidades, centros culturales e instituciones educacionales católicas podrían ser estimuladoras de la creación de puntos de red y salas digitales para promover la inclusión, desarrollando nuevas iniciativas y aprovechando, con una mirada positiva, aquellas que ya existen. En América Latina y El Caribe existen revistas, periódicos, sitios, portales y servicios on line que llevan contenidos informativos y formativos, además de orientaciones religiosas y sociales diversas, tales como “sacerdote”, “orientador espiritual”, “orientador vocacional”, “profesor”, “médico”, entre otros. Hay innumerables escuelas e instituciones católicas que ofrecen cursos a distancia de teología y cultura bíblica” (DA 499)
Las tecnologías emergentes hicieron que el sistema de comunicación a través de la web sea hoy el más utilizado por todos los mortales: mails, chats, mensajes, correo de voz, telefonía IP, foros, etcétera. A través de una simple máquina, sentados en nuestros hogares, nos comunicamos a cualquier parte del mundo sin pagar un costo extra. Es por ello, que con razón podemos decir que fue Internet el fenómeno que logró los avances más significativos en la comunicación.
Esos mismos medios, maravillosos inventos de la técnica, son los mismos que usados de modo arbitrario da lugar a la manipulación de mensajes de acuerdo con intereses sectoriales, se han convertido muchas veces en vehículo de propaganda del materialismo reinante y consumista y crean en nuestro pueblo falsas expectativas, necesidades ficticias, graves frustraciones y un afán competitivo malsano. Es otra razón por la que, con un uso profesional y modélico, debemos hacer oír en ellos un mensaje de vida, de esperanza, de consuelo para el dolor y fuerza para la lucha, de reclamo de injusticias y liberación, de fraternidad y comunión.
Para la Iglesia, el nuevo mundo del espacio cibernético es una exhortación a la gran aventura de la utilización de su potencial para proclamar el mensaje evangélico, -nos dice el Documento de Aparecida-, a la vez que señala que la Iglesia se acerca a estos nuevos medios con realismo y confianza, afirmando que Internet puede ofrecer magníficas oportunidades de evangelización, si es usada con competencia y una clara conciencia de sus fortalezas y debilidades. (cf. DA 272).
Ha escrito el Papa Benedicto XVI: “El fácil acceso a teléfonos móviles y computadoras, unido a la dimensión global y a la presencia capilar de Internet, han multiplicado los medios para enviar instantáneamente palabras e imágenes a grandes distancias y hasta los lugares más remotos del mundo. Esta posibilidad era impensable para las precedentes generaciones. Los jóvenes especialmente se han dado cuenta del enorme potencial de los nuevos medios para facilitar la conexión, la comunicación y la comprensión entre las personas y las comunidades, y los utilizan para estar en contacto con sus amigos, para encontrar nuevas amistades, para crear comunidades y redes, para buscar información y noticias, para compartir sus ideas y opiniones. De esta nueva cultura de comunicación se derivan muchos beneficios: las familias pueden permanecer en contacto aunque sus miembros estén muy lejos unos de otros; los estudiantes e investigadores tienen acceso más fácil e inmediato a documentos, fuentes y descubrimientos científicos, y pueden así trabajar en equipo desde diversos lugares; además, la naturaleza interactiva de los nuevos medios facilita formas más dinámicas de aprendizaje y de comunicación que contribuyen al progreso social” (Mensaje JMCS-‘09)
Aunque la inmediatez del medio nos enfrente al “éxito” contable de miembros, adeptos y resultados, no podemos olvidar que éste no es el método del Reino de Dios. Evangelizar será siempre actuar de nuevo valientemente, con la humildad del granito de mostaza, dejando que Dios decida cuándo y cómo crecerá (cf. Mc 4, 26-29).
San Pablo, al final de su vida, tuvo la impresión de que había llevado el Evangelio hasta los confines de la tierra, pero los cristianos eran pequeñas comunidades dispersas por el mundo, insignificantes según los criterios seculares. En realidad fueron la levadura que penetra en la masa y llevaron en su interior el futuro del mundo (cf. Mt 13, 33).
El Papa nos ha urgido a sentirnos comprometidos a sembrar en la cultura de este nuevo ambiente comunicativo e informativo los valores sobre los que se apoya nuestra vida. En los primeros tiempos de la Iglesia, los Apóstoles y sus discípulos llevaron la Buena Noticia de Jesús al mundo grecorromano. Así como entonces la evangelización, para dar fruto, tuvo necesidad de una atenta comprensión de la cultura y de las costumbres de aquellos pueblos paganos, con el fin de tocar su mente y su corazón, así también ahora el anuncio de Cristo en el mundo de las nuevas tecnologías requiere conocer éstas en profundidad para usarlas después de manera adecuada. (Cfr. Mensaje JMCS ’09)
¿Cómo sostener la presencia misionera y evangelizadora en el mundo digital y que sea eficaz ese anuncio?
El misionero deberá ser siempre discípulo, un atento oyente de la Palabra. Vivir consciente de su precariedad y sus límites. Ser el primero en confrontar su vida con el mensaje del Evangelio y sentirse cuestionado por él e invitado a constante conversión. Su persona ha de estar siempre frente al Señor. Evangelizar es acercar a los hombres a Dios y a Dios a los hombres.
Es esa experiencia de encuentro y oración, de contemplación y vivencia espiritual, de enriquecimiento en el trato con el Maestro, la que impulsa a la misión, a compartir las buenas nuevas a otras personas.
Evengelii Nuntiandi nos recuerda que el primer medio de evangelización es el Testimonio de una vida auténticamente cristiana, señalando, por voz de Pablo VI, que “el hombre contemporáneo escucha con más gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si se escucha a los que enseñan, es porque dan testimonio”(cf. EN 41).
Este anuncio, que es testimonio de la propia experiencia de fe, hará creíble lo que comunicamos. No bastan sólo las palabras. Aquí reside el secreto del éxito de la evangelización. Jesús se deja ver por nuestra palabra y nuestro testimonio.
Muchas veces pareciera que la tarea de evangelizar tiende a estar en manos de expertos, con grandes presupuestos y de recursos apropiados. Olvidamos allí que la evangelización es una tarea personal, en todo tiempo y lugar. Aquí vale la memoria de quienes cambiaron su propia historia y la historia de otros, sólo con comunicar el mensaje de salvación con los pocos recursos que tenían en el momento. Hoy, las nuevas tecnologías, ofrecen oportunidades inéditas, insospechadas y eficaces para la comunicación.
La tarea en la Parroquia de Avellaneda, con la presencia del Padre Sebastián en mundo juvenil, la creatividad al servicio de la evangelización, los recursos tecnológicos del mundo audiovisual, los nuevos métodos para dar a conocer el Evangelio, la alegría como primer anuncio, la cercanía de lo sagrado a lo profano, el entusiasmo por la misión, el testimonio de la vida consagrada, el amor entrañable por el pueblo, son clave en la tarea pastoral. Son la realidad de una esperanza activa, de la riqueza de la Iglesia que no se cansa ni se cansará de anunciar su experiencia de Dios hasta los confines del mundo. Es el dinamismo que la mantiene viva a través del mundo. Es que evangelizar es lo propio de su ser, y su protagonista es el mismo Señor, el que siempre llama y espera, busca y atrae, persuade y transforma.
La tecnología no se caracteriza por ser estática, sino todo lo contrario, está en constante movimiento dando lugar a nuevas invenciones que luego se tornan masivas. La dínamis del Espíritu que nos anima sintoniza con su lenguaje y nos estimula para que, vencido el miedo de la revolución tecnologíca, aprovechemos su potencial y la apliquemos creativamente en la evangelización. Así, seremos protagonistas, constructores y partícipes de una realidad que necesita ser iluminada y transformada por experiencias verdaderas de encuentro, fraternidad, comunión y diálogo, portadora de una realidad que la trasciende, de un anuncio que la hace plena y de una Vida llamada a dar más vida.
Internet, correo electrónico, páginas web, formatos de archivo, velocidad de conexión, servidor, webcam, interfaz, escáner, compresión, listas de distribución, proveedores de acceso, operadores booleanos, foros de discusión, chats, cibercomunidades, medios virtuales, hipertextos, portales son parte del nuevo mundo digital. Nuestro desafío no consiste sólo en adaptarnos a este cambio, sino a aventurarnos a hacer la comunicación que queremos, sin complejos ni fanatismos, porque hay una nueva oportunidad para los medios, para los comunicadores, para la pastoral y la Iglesia en su conjunto. Oportunidad que reconocemos como signo de la Provincia Divina y compromiso al que no podemos renunciar.

miércoles, 21 de abril de 2010

COMUNICACION Y ESPIRITUALIDAD - Apuntes para el diálogo y la meditación

La espiritualidad en la vida cristiana es el dinamismo del amor que el Espíritu Santo infunde en nosotros. No ha de entenderse por lo tanto como un momento puramente subjetivo de la vida cristiana, como un conjunto de ejercicios privados, o como un encuentro meramente íntimo con Dios.
Nos dice Esquerda Bifet: “Lo espiritual no es simplemente interiorización, sino un camino de verdadera libertad que pasa por el corazón del hombre y que se dirige a la realidad integral del hombre y de su historia personal y comunitaria" (Teología de la evangelización, Madrid 1995, p.368).
Ese dinamismo espiritual puede ser vivido en los momentos de recogimiento y de oración privada, pero también en la actividad externa. Es la espiritualidad que Pablo expresa como un “caminar en el Espíritu” (Rom 8,4) que transfigura las opciones, la actividad, las relaciones humanas.
Para el comunicador católico, que inserto en el mundo de comunicación social se enfrenta de modo cotidiano con la multifacética realidad que lo interpela y ante la que debe dar una respuesta de fe, vive la realización de su espiritualidad en la entrega a Dios y a los demás en la acción evangelizadora a la que ha sido llamado.
Por ejemplo: si en la íntima contemplación nos hemos detenido en la Palabra de Dios, no dejamos de encontrarnos con ella cuando la predicamos o iluminados por ella interpretamos la realidad. Allí nuestro encuentro con la Palabra se abre a nuevas dimensiones, acoge los cuestionamientos que brotan de esa experiencia pastoral, se manifiesta, se amplía, se hace más concreto, produciendo un fruto maduro.

El comunicador tiene todas las posibilidades de ahondar su vida espiritual en medio de la actividad contemplativa que exige su acción en la misión. Puede ser un cabal testimonio de contemplación activa. Su vida espiritual se entiende a partir del dinamismo encarnatorio que obra el Espíritu. Todo su dinamismo espiritual tendrá esta orientación de encarnarse en la historia donde Dios lo inserta. Por ello, para discernir sobre la autenticidad y la intensidad de nuestro amor a Dios, es necesario ver hasta qué punto nos hemos involucrado amorosamente en la relación con los hermanos y por lo tanto en lo mundano.
Veamos algunos aspectos propios de la espiritualidad del comunicador, que está marcada por las notas propias de su misión:

1. Una imagen de Jesús
El Jesús que se destaca en su oración es el Jesús, perfecto comunicador, el que enseña por medio de parábolas (Mt13,3; Mc.4,33), el que explica la Palabra en privado a los apóstoles (Mc.4,34), el habla con autoridad (Mt.7,29; Mc.1,22), el que habla en público, sin miedo, abiertamente (Jn.18,20; 7,25-26; 7,45-46)...En esa oración y contemplación el comunicador se siente impulsado en su misión. No va a la oración ante todo a sacar fuerzas para su tarea, recibir luz para hablar correctamente, o descansar luego del fatigoso trabajo. Si así fuera, su vida espiritual estaría al margen de su misión. Al contrario, en la oración personal le brota el deseo, como un fuego que no se puede apagar, de ir y anunciar la Palabra, de llevar a la realidad los valores que en su Evangelio Jesús propone.

2. Palabra para dar
Ciertamente, la Palabra ocupa un lugar central en la espiritualidad del comunicador, pero esa centralidad de la Palabra en su espiritualidad se vive tanto en la oración personal como en el micrófono, en la redacción o frente a una cámara de televisión. Al transmitir la Palabra se está dejando tocar por ella y está agradeciendo el don de la Palabra, está expresándole su amor y vivenciándola.
El comunicador católico se siente urgido a tratar muy asiduamente con la Palabra, porque sin ella su tarea evangelizadora es imposible.

3. Presencia de esos rostros
La intercesión en la oración personal y en la celebración de la Eucaristía, forma parte de la esencia de la espiritualidad del comunicador. Cuando va a la Misa y se acerca a comulgar, no vive un encuentro con Cristo meramente intimista. No puede no incorporar en este encuentro a todos los rostros, muchas veces sufrientes, de tantos hombres y mujeres que formaron parte de sus crónicas.

4. Paciencia y apertura ante el misterio
Las semillas del Reino van germinando en medio de la cizaña (cf Mt.13,24-30) de un modo misterioso, que no siempre puede ser apresurado ni medido con criterios externos. Esta convicción deberá estar marcada a fuego por el comunicador. Es la renuncia a tener bajo el propio control lo que Dios hace en las personas a su modo y con sus tiempos inescrutables.
5. Culto a la verdad
El comunicador que actúa movido por el dinamismo del Espíritu, está permanentemente orientado a la Verdad revelada. Evitará predicarse a sí mismo, o encerrarse en un determinado esquema mental o en unas pocas ideas que le atraen. A partir de esta actitud, será una buscador permanente del sentido profundo –y objetivo- de esta Palabra, para poder comunicarla a la gente.
6. En comunión
En su carta Novo Millennio Ineunte, Juan Pablo II pidió particularmente que los cristianos sean educados en una “espiritualidad de comunión” (n.43).
De esa comunión brota la comunicación que la expresará. Por ello, los comunicadores están llamados a ser en la Iglesia y en el mundo instrumentos, artífices, constructores, promotores de la comunión.
En este punto nos detenemos particularmente, ya que es uno de los aspectos más importantes de la comunicación católica y de toda verdadera comunicación.
Monseñor Juan Luis Ysern nos ha hablado muchas veces de la “pedagogía del encuentro”, entendiendo la comunión como “tarea y proceso permanente cuyo nivel y estado último lo alcanzaremos y viviremos en el Cielo, en la plena comunión con Dios y con los hermanos y cuya dimensión humana es tarea de toda persona”.
Como pedagogía para lograr esa convivencia fraterna y solidaria de verdadera comunicación, propone distintas necesidades, a saber:

1. Necesidad de aprender a escuchar
2. Necesidad de aprender a ponerse en el lugar del otro
3. Necesidad de aprender a descubrir a los que no tienen voz
4. Necesidad de aprender a estimular el protagonismo de cada persona
5. Necesidad de aprender a descubrir lo que hay de positivo en la realidad
6. Necesidad de aprender a descubrir las causas de la marginación y promover su eliminación.
7. Necesidad de aprender a caminar con creatividad

En la tarea de todo evangelizador, y en la misión particular del comunicador católico, que ha de anunciar un mensaje muchas veces opuesto a voces altamente sonantes en la cultura mediática, se plantea la cuestión del “cómo” anunciar, transmitir y comunicar la Verdad siempre vigente del Evangelio.
Evidentemente se trata de una pregunta pastoral, pero también una cuestión espiritual bien planteada.
La preocupación del cómo, incluso por la técnica, debería estar incorporada en esa actitud espiritual que es responder creativamente al amor de Dios y amar al prójimo con todas nuestras capacidades.
La negligencia por la calidad de la comunicación y sus producciones, puede indicar una escasa pasión por los demás y por la Palabra de Dios.

Veamos ahora, a modo de ejemplo y testimonio, el corazón del comunicador, en la persona de San Pablo.
Cada vez que leemos las cartas de Pablo, nos sorprende el vigor de sus palabras. Este vigor se debe seguramente al misterio de la inspiración divina, pero también al hecho de que Pablo se ha dejado llenar el corazón.
Este es el camino de su espiritualidad como comunicador.
La fuerza, la libertad interior, la penetración de sus páginas nos revelan hasta qué punto se empleaba a fondo en lo que decía y cómo se prodigaba, con una riqueza espiritual profunda y conmovedora.
Hay un pasaje de la segunda carta a los Corintios en el que toda la vida interior del Apóstol se revela con una ternura sorprendente.
En el contenido de la carta vemos que Pablo se siente acusado, hay personas de la comunidad que hablan mal de él porque no se sienten atendidas, le consideran cobarde y perezoso y hasta desconfían de su ministerio. Pero Pablo escribe:
“Nos hemos desahogado con ustedes, corintios; y se nos ha ensanchado el corazón. No los amamos con un corazón estrecho; vuestro corazón, en cambio, sí parece estrecho. Páguennos con la misma moneda –se los pido como a hijos- y ensanchen también ustedes el corazón” (6,11-13)
El texto griego, dice literalmente: “Nuestra boca se ha abierto para vosotros y nuestro corazón se ha abierto de par en par para vosotros”.
Pablo quiere decir que nunca ha sido falso, que no ha ocultado nada, que ha dicho todo lo que tenía en su corazón.
Es al corazón de los corintios al que hay que reprochar; son ellos quienes no le han entendido por la mezquindad de su corazón.
Es un reproche muy fuerte, pero lleno de ternura:
“Páguennos con la misma moneda –se los digo como a hijos- y ensanchen también ustedes el corazón”
Es una hermosísima definición de la caridad: la caridad es habitar en el otro como en tu propia casa. Por eso se habla de la relación padre-hijo.
En el capítulo 7 de la misma carta, se retoma la imagen de habitar en el otro: “Dennos cabida en su corazón” (v.2) “Y no digo esto para condenarlos, pues acabo de decir que los llevamos dentro del corazón compartiendo muerte y vida” (v.3)
No se podría expresar de manera más elevada la fusión de los corazones que la comunicación de la Palabra de Dios ha creado.
Si la segunda a los Corintios es la más tumultuosa de las cartas de Pablo, la más rica en afectos y pasiones, la carta a los Filipenses es la más cordial, amable y gozosa.
Son distintos aspectos del hablar desde el corazón, al corazón, con el corazón, que tienen que caracterizar la comunicación de la fe en la experiencia cristiana.
La raíz de la espiritualidad del comunicador está encarnada en la realidad de ve, juzga y sobre la que actúa en consecuencia.
Un esquema altamente provechoso es el que ofrece Mons. Ysern cuando plantea el ver, juzgar y actuar del comunicador en estos aspectos que detallamos textualmente:
1.- VER

El primer paso del proceso es “ver” lo que está sucediendo e, incluso lo que se ve venir. Ver la realidad del modo más objetivo posible, incluyendo, en la medida de lo posible, lo que ya se ve venir.
Pero al hablar de la realidad es absolutamente necesario no olvidar lo que dijo el Papa Benedicto XVI en el discurso inaugural de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Aparecida. Decía el Papa: “¿Qué es esta "realidad"? ¿Qué es lo real? ¿Son "realidad" sólo los bienes materiales, los problemas sociales, económicos y políticos? Aquí está precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el último siglo, error destructivo como demuestran los resultados tanto de los sistemas marxistas como incluso de los capitalistas. Falsifican el concepto de realidad con la amputación de la realidad fundante y por esto decisiva, que es Dios. Quien excluye a Dios de su horizonte falsifica el concepto de "realidad" y, en consecuencia, sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas. - La primera afirmación fundamental es, pues, la siguiente: Sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano. (DI.3)

Por lo tanto, para “ver la realidad” la primera metáfora que vamos a utilizar es la del Monasterio. Se trata de vivir la actitud de búsqueda de Dios que está presente en la realidad. Es el Dios Vivo que, desde la realidad, está hablando, está diciendo algo para nosotros. Es necesario estar atentos, escuchar y contemplar. Sólo el que conoce a Dios puede descubrir las semillas del Verbo existentes dentro de esa realidad, entender el sentido definitivo de todo y dar testimonio de ese Dios presente y proclamarlo.

La segunda metáfora a la que haremos referencia es a la del Observatorio. Se trata de estar muy atentos a la realidad. Lo que está pasando y lo que se ve venir. Es analizar la realidad concreta con todas las intervenciones que realiza la persona humana. Entender el corazón de la persona que se esconde detrás de esta realidad. Entender todo lo que hay de bueno y lo que hay de malo. Las causas y sus consecuencias. Es esa la realidad desde la que Dios nos habla para transformarla y vivir la Alianza con Él y con los demás.


Metáfora del Monasterio.

Es evidente que al hablar ahora de “Monasterio” no estamos insinuando que todos los fieles nos vayamos a un claustro para dedicarnos a la vida contemplativa. Pero sí estamos expresando la necesidad de tener una actitud contemplativa. Actitud necesaria para todos y que debe existir en todo momento pero que en estos momentos en los que entramos en una nueva época tiene una especial connotación y urgencia. Es necesario tener muy presente que Dios no nos ha abandonado ni nos abandonará nunca.

Con frecuencia hacemos comentarios sobre la velocidad de cambios en la actualidad. Incluso se ha advertido mucho que no se trata simplemente de una “época de cambios”, sino que es algo mucho más profundo. Se trata de un “cambio de época”. Además, nos han advertido que la velocidad de cambios se va a acelerar cada día más. Pensarlo nos produce vértigos pero es algo frente a lo cual tenemos que saber actuar; es dentro de esa velocidad donde tenemos que aprender a descubrir al Dios de la vida que nos llama en Cristo para que tengamos vida en abundancia.

Como cristianos hemos de seguir siempre los criterios que brotan de la fe. Estos criterios son fáciles de comprender, en cierto modo, en un mundo estático. Los recibimos por herencia. Van pasando de generación en generación. Desde niño uno aprende los criterios que se deben mantener en la vida para ir en seguimiento del Señor. Pero la situación se complica en la medida que el mundo deja de ser estático y entra en un dinamismo de cambio en el que los criterios de ayer ya no valen hoy. No obstante, sabemos que lo que da sentido a nuestra vida, Dios, que se nos hace visible en Cristo, no cambia. Él es el mismo ayer, hoy y siempre, que camina con nosotros, nos inspira y nos cuida.

En consecuencia, el desafío es descubrir a ese Dios que está presente en la realidad, “está a la puerta y llama” (cf. Ap. 3, 20). Se requiere mirar las realidades nuevas con los ojos de la fe, pero el problema para cada uno es que la fe la tiene inculturada y no puede juzgar la cultura nueva desde la cultura que ya está pasada, sino desde la fe. Tarea sumamente difícil. Es aquí donde se necesita una muy especial actitud contemplativa en la que nos necesitamos mutuamente como pedagogos y aprendices partiendo desde la adecuada lectura y reflexión bíblica.

Ver la cultura nueva con los moldes y paradigmas de la cultura antigua no es lo que nos corresponde como cristianos. No es esa propiamente la actitud de fe. Se necesita saber discernir eso nuevo, lo que brota, para ver todo lo que hay en ello de bueno, de verdadero, de bello..... Todo lo que hay de positivo viene de Dios y a Dios está orientado. No aceptarlo y condenarlo todo, significa no escuchar a Dios.

Dios es el mismo, pero el idioma en el que nos habla es distinto. No querer escuchar “todos los idiomas” puede llevar consigo dejar de oír “las maravillas de Dios” (cf. Hech. 2,11). Llenarse del Espíritu Santo que se nos está dando, dejarse conducir por Él, nos hace entender y hablar todos los idiomas. Pero, esto requiere ser dóciles al Dios que nos habla. Es necesario estar permanentemente buscando al Señor y escucharlo. Esta actitud contemplativa es la que nos coloca en el Monasterio de nuestra metáfora.

Estos cambios de idioma, esto es, cambio de mentalidad y de cultura, los estamos viviendo hoy día en una forma sucesivamente acelerada como hemos dicho. Esto nos desconcierta. Pero si nos fijamos podemos darnos cuenta cómo esta realidad la ha vivido la Iglesia desde el primer momento. Vemos como la Iglesia sale del Pueblo Hebreo y entra en el mundo de los Gentiles. El cambio es muy brusco. Vemos la Iglesia naciente dentro de la cultura griega y de la cultura romana, en Egipto, en Asia, en Europa. Vemos a Pablo y a los demás apóstoles pasar de un lugar a otro. Los cambios eran grandes y en cada situación saben descubrir al Dios presente y Salvador en Cristo.

Este es el especial esfuerzo contemplativo que hoy se requiere. Con el fin de lograrlo necesitamos ayudarnos mutuamente y purificar nuestra mirada con una fe creciente. El Dios que está por encima de todo, el Dios trascendente, es también el Dios que está en los más intimo de cada cosa, el Dios, inmanente que está animando la vida y la historia. Quien tenga un corazón creyente y escuche al Dios que habla no estará asustado frente a la realidad. Lleno de fe vivirá la esperanza desde el interior de la realidad descubriendo las Semillas del Verbo.


Metáfora del Observatorio

Es muy sabido que las nuevas tecnologías en el campo de la comunicación social tienen una extraordinaria importancia en lo que se refiere a la nueva cultura que se está creando. Pero la “Revolución tecnológica” incluye muchas otras tecnologías cuyos efectos no son de menor importancia. Las tecnologías de la ingeniería genética, los robots y todo lo que significa la automatización industrial, etc. etc. no podemos dejarlas a un lado. Todo ello es el mundo de las “nuevas tecnologías” con las que se está creando la nueva forma de convivencia y que está dejando a grandes sectores de la humanidad como excluidos de esa convivencia.

En la metáfora del Monasterio nos hemos referido a la escucha del Dios permanente. Pero aquí nos referimos a la actitud de compartir la vida en la realidad cambiante del hombre. La Iglesia tiene que escuchar a Dios en todo momento y, al mismo tiempo, tiene que entrar en la realidad del hombre. La Iglesia tiene que hacer visible cómo en todo momento se puede vivir la Alianza con Dios y con los hombres.

Cuando nos referíamos al monasterio, poníamos nuestra atención en las maravillas de Dios que se pueden proclamar en todos los idiomas, pero ahora fijamos la atención en esos idiomas con el fin de descubrir las capacidades que tienen para proclamar las maravillas de Dios.

Cuando hablamos ahora del mundo de las nuevas tecnologías no nos referimos simplemente al conocimiento científico-técnico de todas estas tecnologías, nos referimos fundamentalmente al conocimiento de lo que el uso de estas tecnologías está produciendo en el hombre y los nuevos paradigmas que aparecen.

Se necesita saber cuáles son las influencias de todo ese mundo de las tecnologías sobre los comportamientos de las personas, de los grupos humanos y de la humanidad entera. Los efectos de la heterogeneidad de situaciones existentes. Son miles de preguntas que podemos formular en cada uno de estos campos y sobre las que no tenemos respuestas.

Los Observatorios en sentido estricto pueden ser establecidos de muchas formas en conexión con las universidades u otras entidades o personas que realizan labor de investigación. Pero es necesario insistir que debe ser una actitud que, según sus posibilidades, debe adquirir y desarrollar cada persona fijándose en sí misma y en su entorno, prestando especial atención a lo que va en dirección de encuentro e inclusión o, por el contrario, de dispersión y exclusión.

Los creyentes y personas de buena voluntad pueden realizar una gran labor dentro del mundo al que nos referimos con la metáfora del Observatorio. De una forma especial habrán de vivir la opción por los pobres. Ellos, según lo que se ve venir, van a estar excluidos del uso de las tecnologías. Las consecuencias son difíciles de calcular en estos momentos. Pero quien busca la inclusión ya puede fijar su mirada en este mundo de los pobres y tratar de entender lo que sucede. Se necesitará mantener una permanente actitud creativa, búsqueda de formas y caminos viables para la participación de los pobres. Es un aspecto en el que la urgencia de ayudarnos a ver esta realidad se hace apremiante.


2.- JUZGAR

El segundo paso del proceso es “juzgar” con profundo discernimiento evangélico para ver todo lo que hay de bueno, verdadero y bello y distinguirlo bien de todo lo que no es así. Siendo la realidad tan compleja se ve con evidencia la necesidad de ayudarnos mutuamente para desarrollar juntos el sentido crítico que necesitamos. El diálogo que hemos de realizar para este paso nos hace vivir una verdadera y mutua actitud pedagógica, al mismo tiempo que aprendemos a complementar nuestra visión.

El “juzgar” que hemos de realizar según los criterios del Evangelio nos orienta hacia el Reino donde viviremos la comunión en plenitud por lo que lleva consigo el sentido de “inclusión”, poniendo especial atención en los “excluidos”.

Así pues, para realizar nuestro juicio hemos de poner la mirada en el rostro de Cristo. Es con esa mirada como podemos tener los criterios tanto para juzgar la realidad de los excluidos, rostros sufrientes de Cristo, como sobre su llamado a la inclusión en la convivencia fraterna con su proyección definitiva en el Reino.

Con claridad nos lo indica Aparecida: “En el rostro de Jesucristo, muerto y resucitado, maltratado por nuestros pecados y glorificado por el Padre, en ese rostro doliente y glorioso (cf. NMI 25 y 26), podemos ver, con la mirada de la fe el rostro humillado de tantos hombres y mujeres de nuestros pueblos y al mismo tiempo su vocación a la libertad de los hijos de Dios, a la plena realización de su dignidad personal y a la fraternidad entre todos. La Iglesia está al servicio de todos los seres humanos, hijos e hijas de Dios” (A 32)


Metáfora de la Espada

Al referirnos a “la espada” estamos haciendo uso de una imagen bíblica que hace referencia a la Palabra de Dios. “Ciertamente, es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón. No hay para ella criatura invisible: todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuenta” (Hbr. 4, 12-13).

Nuestro discernimiento ha de tener como referente clave la Palabra de Dios, no nuestro gusto o interés personal. Es espada de doble filo. No sólo para juzgar la realidad exterior, sino también la realidad interior, lo que está en lo más íntimo de nuestro corazón. Todo lo hemos de ver según la verdad como es ante los ojos de Dios, sin engañarnos.

Significa conocer la Palabra de Dios como ha sido entendida por la Iglesia a través de los siglos. Nuevamente aparece aquí la necesidad de ayudarnos, no sólo por la ayuda que nos puedan prestar los estudiosos de la Palabra de Dios, sino también por el sentir de los sencillos que se dejan conducir por el Espíritu Santo.

Las Comunidades Eclesiales de Base y otros encuentros que se realizan en torno a la Palabra de Dios son escuelas vivas donde el intercambio de unos con otros en apertura a lo que dice el Señor es una pedagogía firme para asumir los auténticos criterios para la inclusión de los excluidos.

Siempre es posible que el juicio de la comunidad caiga en error. Por eso mismo, manteniendo la docilidad al Espíritu Santo, se ha de procurar la verificación con el juicio de la Iglesia.

Son muchas las veces que cuesta decir las cosas por su nombre, pero es necesario saber utilizar bien la espada que con la fuerza de la verdad penetra no sólo la realidad palpable inmediata, sino también las causas y circunstancias que explican esa realidad.

Frente a lo que aparece de falsedad, injusticia y maldad, el juicio será de denuncia y frente a lo que se descubra como bueno, verdadero y bello el juicio será aprobación que se traducirá en anuncio. Será buena noticia, reflejo, aunque sea lejano, de la Buena Noticia del Reino.

Metáfora del Amanecer

Se trata de la luz que llega para un día nuevo. El juicio no puede quedarse en la calificación o descalificación de la realidad, es necesario mantener un juicio creativo que plantee propuestas válidas en coherencia con la justicia y el bien que nos presenta la Palabra de Dios.

Es necesario juzgar sobre las aberturas que aparecen en la realidad en dirección al Reino. El juicio que nos hace entender las semillas del Verbo y plantea sobre ellas propuestas que ayuden a germinar esas semillas y a desarrollar esos brotes.

Es necesario que junto al juicio denunciador de la realidad de injusticia y de exclusión se vea el juicio del centinela que anuncia el nuevo día, presentando propuestas con las que se pueda caminar a la transformación de las tinieblas de la noche hacia el nuevo día, de la inclusión para que todos vuelvan a ser hermanos.

Se trata de pensar creativamente las propuestas que cada persona, ya en forma personal ya grupalmente, pueda realizar en su entorno sin quedarse inmóvil ante la inmensidad y fuerza de las tinieblas. Ciertamente no hay que empeñarse por hacer lo que es imposible, pero eso no puede dar justificación para dejar de hacer lo que es posible, por poco que nos parezca.

Dios no nos pide que hagamos lo imposible, pero nos pedirá cuenta de lo que, siendo posible, hayamos dejado de hacer. Nos pedirá cuenta del amor y del empeño que hayamos puesto o hayamos dejado de poner en lo que Él nos pide, por pequeño que sea.


3.- ACTUAR

El tercer paso del proceso es “actuar”. No basta tener buenos diagnósticos y buenas propuestas que nos garanticen buenos discursos. Es necesario ponerlos en práctica. Es muy fácil decir que todos somos hermanos, pero no basta eso, es necesario vivir como hermanos.

Para el desarrollo de esta parte vamos a utilizar la metáfora del Sínodo y la metáfora del parto.

Con la metáfora del Sínodo no nos referimos al Sínodo como asamblea jurídica, sino en su sentido más amplio. Se trata del camino que todos juntos debemos descubrir y que juntos debemos recorrer. La Iglesia es un Pueblo que camina por el mundo hacia la vida plena y definitiva del Reino.

Y con la metáfora del Parto nos referimos a la vida nueva que con esfuerzo está naciendo. Pero al hablar del parto estamos haciendo referencia al “Parto de la Esclava”, teniendo bien claro que la Esclava es la inmensa porción de pobres y excluidos que existen en nuestros entornos sin formar parte de nuestra sociedad. Pero advirtiendo, además, que este Parto no es el fruto de una violación ultrajante de la Esclava, sino el fruto de un matrimonio fiel y definitivo con ella.

Los cristianos formamos la fraternidad de los discípulos que unidos seguimos a Cristo, fijándonos siempre en Él lo que nos hace vivir la opción preferencial por los pobres que está implícita en nuestra fe cristológica lo que nos lleva a actuar en el servicio permanente a los pobres.

Aparecida nos dice con toda claridad: “Si esta opción está implícita en la fe cristológica, los cristianos como discípulos y misioneros estamos llamados a contemplar en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: “Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo” (SD 178). Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: “Cuanto lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25, 40). Juan Pablo II destacó que este texto bíblico “ilumina el misterio de Cristo”(NMI 49). Porque en Cristo el grande se hizo pequeño, el fuerte se hizo frágil, el rico se hizo pobre” (A 393)


Metáfora del Sínodo.

La palabra “sínodo” viene del griego y podríamos traducirla por “concaminantes”, los que llevan un mismo camino, o el recorrido en común. Compañeros de camino. Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha convocado a la celebración de asambleas especiales para buscar y señalar el camino que se ha de seguir. El sentido que la Iglesia da al término “sínodo” está expresado en el Código de Derecho Canónico (can, 342 y 460), y es siempre una asamblea convocada para buscar los caminos a seguir.

Cuando hablamos ahora de la metáfora del Sínodo, estamos haciendo referencia a la actitud de caminantes con la que tenemos que seguir al Señor en medio de la realidad concreta y a la actitud de comunión y participación propia de la fraternidad de los que siguen al Señor. Se trata, por tanto, de saber relacionarnos para seguir juntos el camino del Señor que tenemos que recorrer. Es la actitud no sólo de sentirse miembros de un mismo Pueblo en actitud de comunión y participación, sino también la de proceder con coraje como caminantes. Pueblo de Dios en marcha.

En la metáfora del Sínodo, lo que decimos es que lo expresado en las metáforas anteriores lo tenemos que realizar todos juntos, ayudándonos mutuamente, eliminando individualidades de dispersión, procurando incidir en la sociedad con sus estructuras en orden a su transformación según la dirección del Reino, centro de la plena inclusión.

Cada miembro de la Iglesia, desde el lugar donde se encuentre, tiene algo que realizar. Nadie puede suplirle y es desde su propia realidad que tiene que ser fiel al Señor que le llama.

Pero esta función de cada uno se realiza como Iglesia, dentro de un Cuerpo y para bien de todo el Cuerpo. El Cuerpo de Cristo. Es doctrina muy claramente explicada desde el principio de la Iglesia (cf. 1 Cor. 12, 12 ss). Se trata de la participación de todos los miembros en la comunión viva del mismo Cuerpo, la Iglesia.

Corresponde a la Jerarquía de la Iglesia el último discernimiento sobre la fidelidad al mensaje del Señor y su dinamismo vital. Pero esto no significa que las iniciativas para el camino a seguir tengan que provenir de la Jerarquía. Cada uno debe conocer del mejor modo posible su propia realidad, y desde esa realidad tomar las iniciativas que con la mirada de fe y la creatividad del amor deba tomar en comunión con toda la Iglesia.

La actitud de caminante lleva consigo el romper con las comodidades de la instalación. El instalado adquiere una postura estática. El cristiano y la Iglesia entera han de estar siempre en marcha.

La Iglesia, lo sabemos, mientras vive en este mundo es peregrina. Siempre tendrá la tentación de instalarse. Es fácil entusiasmarse por los espejismos que presente el mundo y caer en la tentación de transar con aparentes y falsos valores. Ya el Señor nos advirtió sobre la necesidad de vigilar y orar (Cf. Mt. 26, 41). Pero, si la Iglesia es peregrina por naturaleza, hoy día esta realidad adquiere una especial característica ante la velocidad de cambios en nuestra realidad.

Finalmente hemos de advertir que, si bien es cierto que los miembros de la Iglesia hemos de seguir nuestro camino en comunión con la Iglesia, no obstante, hemos de saber hacer alianza con todos en todo lo que tienen de verdadero y bueno. Dios actúa en todos, no solo en los que estamos dentro de la Iglesia. En el campo de las ciencias y en los demás campos de la vida se dan grandes aportes para el camino de vida que hemos de seguir. Para vivir la metáfora del Sínodo es necesario caminar con ellos según el lugar que corresponde, recogiendo sus aportes, aunque procedan de personas que no tienen fe y siempre tendremos que procurar que cada persona actúe libremente como protagonista de su propio camino.


Metáfora del Parto.

Ya hemos señalado que el Parto al que nos referimos es al Parto de la Esclava como fruto de un matrimonio veraz y definitivo con ella, no como fruto de una nueva vejatoria violación Es el matrimonio que hace libre a la esclava y la hace portadora de una vida nueva que hace visible aquello de Isaías: “Miren que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notan? (Is. 43, 19).

También hemos dicho que la Esclava es la enorme porción de excluidos que forman parte de la sociedad. Son todos los que quedan debajo de la mesa de la vida y que son “explotados” y maltratados por el mismo ambiente dominante fortalecido por el poder de la economía neoliberal que estamos viviendo.

Se oyen gritos clamando por un mundo mejor con el convencimiento de que “otro mundo es posible”. Por todas partes se descubren sinceros esfuerzos de acompañamiento a los pobres no sólo respetando su protagonismo, sino estimulándolo. Es cierto que a veces hay que actuar como voz de los que no tienen voz, pero siempre hay que estar atentos para no arrebatar la voz de nadie, sino crear las condiciones para que su voz se oiga.

Fácilmente se puede apreciar que esta mirada especial a los pobres no significa desentenderse de los ricos. Todo lo contrario, se trata de una opción de universalidad. Se trata de una imperiosa llamada a los ricos y poderosos para vivir la alianza matrimonial con la esclava, con los pobres. Con igualdad de dignidad, dando libertad a la esclava.

La Iglesia, desde su nacimiento se ha sentido llamada a vivir este matrimonio con los pobres, pero también se ha dejado tentar por el poder, aunque, a través de los siglos, siempre han aparecido grandes voces y testimonios activos y vigorosos que han hecho palpable el permanente llamado a la Iglesia para vivir este matrimonio con la esclava.

La comunidad eclesial puede ayudar mucho para que se oiga la voz de los pobres que claman por su dignidad, por la verdad y por la equidad. Esto no es abandonar a los poderosos, todo lo contrario, si esto se realiza con fidelidad al Señor es hacer resonar el llamado, cariñoso pero fuerte, del Señor, recordando el deber que tienen como administradores de los bienes que fueron creados por Él como regalo para todos. Es el llamado a los poderosos para utilizar su poder como servicio para el bien común, el bien de todos y que, por lo tanto, se ha de colocar principalmente al servicio de los que no tienen bienes. Al servicio de la solidaridad auténtica y permanente.

Quien vive el matrimonio con la esclava hará visible para la opinión pública los ejemplos de ricos y poderosos que con sinceridad solidarizan con los pobres y los ejemplos de los pobres que con dignidad y verdad saben mantener su protagonismo en busca de lo que es bueno para todos. Estos ejemplos son los que hacen ver que “algo nuevo está naciendo”. Es el Parto de la Esclava.


Bibliografía

- FENANDEZ, Víctor Manuel: “Teología espiritual encarnada” Ed. San Pablo, 2005
- MARTINI, Carlo María: “El presbítero como comunicador” Ed. PPC, 1986
- YSERN DE ARCE, Juan Luis- Artículo: “La pedagogía del encuentro: desde la exclusión a la inclusión” , 2007

domingo, 15 de noviembre de 2009

La crónica de Navidad (Misterio de Comunicación)

El relato del nacimiento de Jesús en el Evangelio según san Lucas nos muestra la inquietud de los pastores al ser comunicados del feliz acontecimiento.
“Vayamos a Belén y veamos lo que ha sucedido” (2, 15)
Ir al lugar de los hechos, verificar lo que ha sucedido, tomar contacto con los protagonistas... es la labor del periodismo, que investiga, constata e informa.
Nosotros, comunicadores católicos, estamos llamados a anunciar desde los tejados la Buena Noticia que el ángel anunció.
Vayamos pues, a Belén y veamos lo que ha ocurrido.
¿Quién es el que está allí? ¿De dónde viene? ¿Cuál es su descendencia?
Mateo 1, 1-17 es una fuente valiosa para nuestra investigación. Es el misterio de una llamada. El misterio desconcertante de la elección que Dios hace. Abraham, David, Isaac, Jacob, Fares, Tamar, Salmón, Rajah...
En la genealogía de Jesús podemos advertir que de entre los Reyes que allí se mencionan, sólo Ezequías y Josías fueron fieles a Dios, los otros, idólatras, inmorales y asesinos..., incluso David ha confesado en los salmos los pecados de adulterio y de asesinato. Las mujeres que aparecen se encuentran en una situación irregular: Tamar es una pecadora, Rajab una prostituta, Rut una extranjera.
Pero de ese río de pecados y crímenes, al fin de los tiempos, el agua se aclara: con María y Jesús son rescatadas todas las generaciones.
Dios viene a restaurar su Reino, a restablecer la alianza, a construir un pueblo nuevo. Es la muestra patente de la misericordia de Dios.

Y aquí estamos nosotros. Delante del niño que contemplamos entre las pajas, no podemos dejar de vernos involucrados en esa realidad de gracia y pecado que somos cada uno de nosotros. No podemos dejar de contemplar el dolor, la miseria, la maldad, el desconcierto, los fracasos, los delitos, la corrupción del mundo en el que vivimos. Ese mundo que tanto amó Dios que le envío a su propio Hijo para salvarlo (cf. Jn. 3,16-17).
Ante las sombras y tinieblas del mundo, resuena fuertemente en nuestro corazón aquellas palabras del profeta Isaías que Jesús leyó en la sinagoga:
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc. 4, 18-19).
Jesús es pues, nuestra única esperanza. Nosotros, sus testigos.
Este es precisamente nuestro camino de santidad como comunicadores católicos. En este anuncio está la realización de la vocación a la que fuimos llamados, el despliegue de los dones recibidos, la urgente necesidad que el mundo tiene, el pan que alimenta el hambre de Dios, existente en el corazón de todos los hombres.

Estamos en Belén. Constatamos el hecho ocurrido, anunciado por Gabriel. Contemplamos al niño, que es Dios. Miramos atónitos a la Palabra hecha carne.
Y es allí donde recordamos que antes de “hacer” debemos “ser”, porque el comunicador, antes de “decir palabras”, debe “ser Palabra”.
Es en la escucha obediencia y en la acogida consciente ante el Dios que nos habla, donde podremos adquirir la sabiduría de leer los signos de estos tiempos con la mirada de Cristo, y así incidir con creatividad en la historia.
Los comunicadores sociales somos constantes lectores de los signos que marcan los tiempos cotidianos de los hombres y las mujeres de cada tiempo, y es desde allí donde realizamos nuestra tarea comunicacional, incidiendo poderosamente sobre la cultura.
Pero si esta lectura no es con la mirada de Cristo, serán pues otros los intereses que nos muevan a obrar. Tal vez sean muchas las ganancias y alto el porcentaje de nuestra audiencias, pero no será nuestra tarea un servicio al bien común, sino respuesta a intereses personales y mezquinos. Es aquí cuando la comunicación aliena y no libera.

Ser Palabra. Esa es nuestra misión. Palabra hecha hombre, Palabra encarnada que revela el misterio del hombre y da sentido profundo a la vida.
No serán entonces sólo nuestras palabras las que convencerán de la existencia de Dios, las que producirán cambios profundos e incisivos en los valores culturas, las que consolarán el dolor de los pobres, enfermos y sufrientes, sino que será la misma Palabra de Dios encarnada dentro nuestro la que hablará.
Esta vivencia de fe es el anuncio que como misión recibimos para transmitir. El fruto de lo que la gracia ha hecho en nosotros. Por eso, deberíamos comunicar no sólo nuestra reflexión sobre la Palabra de Dios, sino más bien lo que ella ha obrado una vez acogida en la tierra de nuestra vida.
“Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y tocado con nuestras manos acerca de la Palabra de Vida es lo que les anunciamos” (1 Jn. 1, 1-2)
Y el fruto más preciso de la Palabra acogida es la caridad. Pues, si no tenemos caridad, nada somos (cf. 1 Cor. 13,2). Si aprendiéramos el arte de amar, el cristianismo sería más atrayente y hermoso. Esto es lo que nuestras producciones comunicacionales deberían reflejar siempre, porque el amor es la primera evangelización. Sólo el amor cristiano puede cambiar el corazón y preparar los caminos para el anuncio del Evangelio.

En nuestra crónica detallaremos la pobreza que estamos viendo en Belén, la pequeñez que ha tomado un Dios tan grande. Y no dejamos de contemplarlo.
Es que nos alienta verlo pequeño. Porque pequeño es nuestro amor, pequeñas nuestras obras de misericordia, pequeño y pobre nuestro lenguaje, nuestras técnicas, nuestros medios, nuestros recursos...
Cuando aspiremos a grandezas, cuando nos alegremos sólo con las masas, cuando nos gloriemos de las obras que salen según nuestro parecer, cuando aplaudan nuestras magníficas tareas, cuando el orgullo y la vanidad dominen nuestra misión, volvamos a Belén. Recordemos al Dios de los números pequeños: en medio de la multitud que lo seguía se detuvo frente al ciego que estaba al borde del camino, pidió alojarse en casa de Zaqueo; comparó su Reino con un grano de mostaza, con un poco de levadura; envió a sus discípulos sin dinero, sin poder, sin alforja ni bastón; valoró la monedita que depositó la viuda en el tesoro del templo; le bastaron cinco panes y dos pescados para alimentar a una multitud...

Y junto al pequeño niño hay una pequeña madre...
No nos vayamos de Belén sin entrevistar a María en un diálogo coloquial. Sólo ella podrá decirnos cómo vivir la humildad que se enseña en el portal, sólo ella nos dirá cómo es que Dios obra maravillas en la pequeñez...
Somos pobres... como aquellos pastores, como José, como María y como el mismo Dios. Elijamos ser pobres... porque sólo así podrá Dios hacer su obra.
Nunca nos aflija la pobreza. Nosotros tenemos mucho más que cinco panes y dos pecados para multiplicar... Sin embargo muchas veces es tan poco lo que hacemos por no dejar obrar a Dios... es tan poco lo que logramos por no obedecer a Dios, es tan infecundo nuestro apostolado por no dejar que el Espíritu nos cubra con su sombra, es tan poco influyente nuestro mensaje por no dejar hablar a Dios en nosotros, es tan poco atrayente nuestra invitación por no dejar amar a Dios en nosotros...

No sé qué diremos sobre lo que sucedió en Belén. No sé qué detalles de nuestras crónicas serán las más vendidas. Ni siquiera sé el interés que pueda tener la investigación que hemos hecho en el pesebre.
Sólo sé que allí nos hemos encontramos con el Salvador golpeando las puertas del corazón, buscando el encuentro, haciéndose cercano. Develando el misterio de la comunicación de Dios que, habló por los profetas y en este tiempo final nos habla de modo definitivo en su Hijo, la Palabra hecha carne que habitó entre nosotros.
Fuimos a tomar contacto con los personajes de la Navidad, a entrevistarlos y sacarles una palabra, y nos hemos sentido cuestionados por ellos. Nos hablaron con el testimonio. Sin decir nada nos han dicho todo.-

viernes, 6 de marzo de 2009

EL ANDAR DEL ESPIRITU EN LA CUARESMA

“Conviértete y cree en el Evangelio” fue la invitación sin vueltas del miércoles de ceniza. Y allí mi compromiso: volver al amor creativo de mi Dios para ser re-creado por la gracia de su misericordia. La conversión es su iniciativa y mi respuesta, su decisión de amor y mi respuesta de amor al Amor, es renuncia a construirme a mí mismo y dejarme entonces moldear por sus manos, dejar que tome mi barro y me haga de nuevo...
Esta crisis del perder es para crecer, -paradoja del Evangelio- “El que pierda su vida por Mi, la ganará” me dijo el Señor al oído invitándome al abandono, a la confianza, a la entrega sin límites para vivir la plenitud de lo que soy: hijo en el Hijo, hermano, compañero, apóstol, elegido, sacerdote, discípulo, embajador, siervo y amigo.
Es un tiempo para volver a empezar... una y otra vez... como siempre, como cada día, como ante cada nuevo proyecto, frente a cada nueva iniciativa y creativo apostolado... la vida del discípulo es un empezar cada vez. Misterio fascinante y tremendo, pues, si me decido a servir al Señor tengo que prepararme para la prueba.
...Y el Espíritu me lleva al desierto. Allí Cristo sufre la prueba sin sucumbir, apoyado en la Palabra, consolado por los ángeles, pero en medio de fieras. Cuarenta días.
La prueba, la tentación, no es secundario en el discipulado. Es clave en la vida mística, es la mano dura de la hondura de la santidad. Camino angosto, puerta estrecha, cruz, renuncia, dolor, pasión, muerte...Pero en el horizonte la Resurrección.
Sin mirada pascual, no hay prueba superable. Por eso el acento estará en la Gracia, siempre presente en la prueba, pues me alienta el Maestro: “No tengas miedo. Yo he vencido al mundo”. Jesús que vive en la lucha y en la paz, simultáneamente, me invita a creer en la fuerza del bien y en la debilidad del mal ya vencido, para darme fuerzas y que continúe mi camino.
En este misterio que soy, donde obra también el misterio del pecado y la iniquidad, me obliga a la peregrinación del desierto interior para vivir entre ángeles y fieras, experimentar la lucha de las potencias del mal, pero siendo a la vez consolado para que crezca en la Cuaresma lo mejor de Jesús en mí. Expuesto a las mismas miserias de los hombres, como Cristo Sacerdote, he de ser la ofrenda viva para sufrir con y para los demás. Y todo esto es posible, porque en el desierto Dios me sostiene: hay misteriosamente Palabra, agua y Pan.
Si el desierto es el lugar donde el Pueblo de Dios se formó como pueblo, el desierto será la escuela de mi discipulado, el camino más largo pero el más seguro, el más difícil y a la vez el más glorioso, el camino de muerte que grita la resurrección. Sólo tengo que esperar el tiempo de Dios, que le gusta sorprenderme y maravillarme. Gozar el amor de la cruz, sin fin, sin límites, sin medida. “Conformar mi vida con la pasión de Cristo”.
El desierto no pasará, será el camino, también en la vida pública. La decepción, la incomprensión, la maldad y el desamparo serán la soledad de quien sigue las huellas del Cristo, quien ganó amigos y enemigos, quien abrazó la cruz hasta el fin, dando sentido a su sufrimiento en la sabiduría de la redención. Sus fracasos fueron la paz y la salvación. Nunca hizo tanto como cuando estuvo clavado en una cruz, nunca dijo tanto como cuando calló, nunca reveló tanto su poder como cuando fue humillado, nunca amó tanto como cuando nadie lo amó.
Al contemplarlo en el desierto agreste de la cruz, abandonado, humillado, despreciado, gritando la ausencia del Padre, sediento del amor, lleno de perdón y misericordia, exhalando su último hálito de vida, no puedo seguir caminando sin abrazar mi cruz, sin renunciar a mí mismo para seguirlo. Es que allí está la verdad que el mundo desconoce, que neciamente muchas veces esquivo, y diabólicamente, como Pedro, aseguro que no es el camino.
No puedo al contemplarlo, triunfando en el madero, decir que ya no seguiré, que dejo todo al borde del camino, que miro atrás añorando lo que dejé, que reclamo lo que antes fue ofrenda, que no podré, que el camino es pesado, que renuncio a seguirlo... Su cruz, ahuyenta el fantasma del desaliento, que como asaltante del camino, sale a mi paso para que sentencie la muerte y no proclame desde la fe la vida. Desde la cruz, hoy digo, “todo lo puedo en Aquel que me conforta”, “Nada es imposible para el cree”, “Aunque cruce por oscuras quebradas no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo...”, “Aunque un ejército acampe contra mí, mi corazón no tiembla, porque Tú estás conmigo”, “El Señor es mi Pastor, nada me puede faltar”. “Sólo Dios basta”...
Dejaré entonces que el Espíritu me empuje al desierto a ejercer ese oficio de gloria, que es la oración, y dejarme ser eucaristía en el pan que en el desierto se convierte en comida de Angeles, en remedio de inmortalidad, en fuerza de los débiles, y santidad de los pecadores... Y allí le pediré que me convierta en eso que recibo, para ya no ser yo quien vive, sino El quien viva y actúe en mí.
Dejaré el protagonismo al Espíritu para que moldee en mi alma el corazón de Cristo, para no caer en la tentación de querer ir al cielo por un camino distinto del de la cruz... y descubrirme amado siendo consciente de lo que me costará ese amor: entrar en la lógica del perder para ganar, del ser pobre para enriquecerme, del ser pequeño para llegar a ser el más grande, de elegir ser último para ser el primero, de aceptar la humillación que me exaltará a la Gloria, de poner la mano en el arado sin mirar atrás, de aceptar la bienaventuranza del desprecio para que mi nombre esté escrito en el Cielo, de experimentar la alegría verdadera del dar, del compartir, del seguir caminando, del conquistar corazones, del hacerme todo para todos para ganar a algunos para Cristo.
Sólo caminaré este desierto porque veo clara la meta, porque la Pascua me aguarda y su gozo ya se siente, porque ángeles a lo lejos me hacen oír los aleluias, porque sonó la trompeta del triunfo, y el Amado vino a golpear a la puerta, y me dijo que si le abro, cenaremos juntos... para pregustar la fiesta. Tengo invitación de preferencia. Una familia de bienaventurados me espera con una corona en la mano. La batalla está ganada... seguiré caminando, hasta el abrazo final, hasta el beso sin fin, hasta la luz que me envolverá en sus claridades sin noches, a sumarme a esos cantos gloriosos, a esa tierra y a ese cielo nuevos donde seré feliz... para siempre.-

P. Walter Moschetti, 2009

jueves, 2 de octubre de 2008

COMUNICADORES SEGUN SAN PABLO

Hay una realidad que nos identifica: somos cristianos. Desde esta experiencia de fe ejercemos nuestra tarea de comunicadores, partícipes de la tarea evangelizadora de la Iglesia.
A la luz de la figura de San Pablo, el apóstol-comunicador, de quien estamos celebrando el bimilenario de su nacimiento, veremos nuestra misión y reflexionaremos sobre ella para ser fieles a nuestra vocación.
La vida cristiana comienza con una experiencia de encuentro. En el camino de la vida y en nuestra propia historia personal, Dios se hace presente, invitando, seduciendo, comprometiendo...
La conversión de Pablo que nos narran los Hechos (9,1-19) muestra la realidad transformante de una experiencia que cambiará radicalmente la vida de Saulo de Tarso, perseguidor de los cristianos, para convertirlo en el Apóstol de los Gentiles. La ceguera en la cual se encontraba vio brillar, por la fe, una nueva luz.
Jesús lo llamó a participar de su misión. Pablo mismo reconocerá ésta misión como una vocación: “...elegido para anunciar la Buena Noticia” (Rom 1,1).
También nosotros nos sentimos urgidos por el mandato del Señor: "Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio a toda la creación" (Mc. 16,15). Y para cumplir esta orden contamos con más medios que con los que contó Pablo. Hoy las cartas, la predicación, los viajes –métodos usados por el Apósotol para evangelizar- se nos hacen fáciles, rápidos, atractivos e influyentes a través del uso de los poderosos medios de la comunicación social, y hemos recibido dones, talentos, aptitudes que nos capacitan para acercar al hombre de hoy el mensaje de Jesucristo con el lenguaje y los medios modernos con los que nos comunicamos en la actualidad. Son dones que el Espíritu Santo distribuye, según nos los enseñó el Apóstol: “El Espíritu da a uno la sabiduría para hablar; a otro la ciencia para enseñar. A éste el don de curar, a uno el don de la profecía, a otro el don de lenguas...” (cfr. 1 Cor 12, 8ss). Sin olvidar claro está, que el don más precioso al que debemos aspirar es el don del amor...porque sin amor no soy nada. (cfr. 1 Cor 13).
De nuestro singular modo de comunicar dependerá de que la palabra proclamada, escrita o proyectada pueda tener cabida en el corazón del hombre. Nuestro lenguaje directo, claro, dinámico, adaptado al auditorio o audiencia, hará accesible el mensaje del Señor a aquellos a quienes se los comuniquemos.
Claramente dice San Pablo: “Si yo fuera a verlos y les hablara con un lenguaje incomprensible, ¿de qué les serviría si mi palabra no les aportara ni revelación, ni ciencia, ni profecía, ni enseñanza? Sucedería lo mismo que con los instrumentos de música, por ejemplo la flauta o la cítara. Si las notas no suenan distintamente, nadie reconoce lo que se está ejecutando. Y si la trompeta emite un sonido confuso, ¿quién se lanzará al combate?. Así les pasa a ustedes: si no hablan de manera inteligible, ¿cómo se comprenderá lo que dicen? Estarían hablando en vano. Si ignoro el sentido de las palabras, seré como un extranjero para el que me habla y él lo será para mí” (1 Cor 14,6-11).
Hemos recibido un mandato. Nuestro apostolado es una vocación. Fuimos llamados por Jesús, y la Iglesia nos envía con esta misión. Sintamos hoy en lo profundo del corazón que hemos sido elegidos y capacitados para realizar esta tarea. La Iglesia confirma esta elección divina, alentándonos y dándonos el lugar que tenemos, para que difundamos con dignidad y competencia la Palabra de Dios a través de aquello que escribimos, decimos o mostramos.
Nuestra difícil, comprometida y apasionante misión nos exige un conocimiento acabado de la realidad a la que hemos de anunciar el Evangelio, a la que hemos de impregnar con los valores evangélicos. Nuestra cambiante cultura nos exige estar al tanto de las situaciones que se presentan para dar respuesta desde nuestra fe. No podemos pues vivir un espiritualismo que nos aísle, sino que, con el corazón firme en el Señor hemos de caminar con firmeza las realidades del mundo, con juicio crítico y capacidad de comprensión, tolerancia y diálogo.
Este es el celo apostólico que impulsó la misión de Pablo: “Siendo libre me hice esclavo de todos, para ganar al mayor número posible. Me hice judío con los judíos para ganar a los judíos; me sometí a la Ley a fin de ganar a los que están sometidos a la Ley. Y me hice débil con los débiles, para ganar a los débiles. Me hice todo con todos, para ganar al menos a algunos, a cualquier precio” (1 Cor 9, 19-22).
Por ser tan importante nuestra tarea –misión recibida del Señor e impulsada por la Iglesia- no podemos comunicar de cualquier manera. Debemos apuntar a la excelencia en la comunicación católica. Nuestro estilo de comunicar debería ser modélico. Allí mostraremos la dignidad y riqueza de la Palabra de Dios.
“Trata de ser un modelo para que los creen, en la conversación, en la conducta, en el amor, en la fe, en la pureza de vida. No malogres el don espiritual que hay en ti. Vigila tu conducta y tu doctrina. Si obras así, te salvarás a ti mismo y salvarás a los que te escuchen” (cfr. 1 Tim 4,12-16).
Por eso hemos de buscar cada día capacitarnos para utilizar debidamente la palabra, la escritura, la imagen e incluso las nuevas tecnologías. El comunicador católico debe estar capacitado técnicamente para esta tarea que le exige una constante creatividad puesta al servicio del Reino. Debemos generar ideas originales, entretenidas, capaces de llegar al corazón de nuestro interlocutor y transformar su vida con el poder vivificador del Evangelio. Los más jóvenes deben buscar alcanzar una preparación terciaria o universitaria en este campo. Nos faltan profesionales consagrados a vivir este apostolado con convicción, coherencia y calidad profesional. Nos falta muchas veces la necesaria astucia de la que hablaba Jesús desafiándonos a la evangelización.
Claro que no basta la preparación técnica. No sólo hay que adquirir un buen lenguaje, tener una buena voz, escribir correctamente o mostrarse de forma adecuada en los medios audiovisuales. Hay que tener algo que decir. De allí que sea tan importante la formación doctrinal. Y esta es una formación permanente. Hoy día no basta haber hecho un curso bíblico, o un seminario de catequesis, ni siquiera ser profesor de teología...Cada día debemos leer, estudiar, investigar, para "dar razones de nuestra fe", como nos dice San Pablo. Debemos fundamentar la verdad que proclamamos. La Iglesia en su larga tradición magisterial tiene elaborados infinidad de documentos que argumentan sus dogmas y su moral. Nosotros debemos ir siempre a esas fuentes. No podemos ser "opinólogos" –como tantos presentes en los medios-. Cada tema que tratamos debe ser tratado con responsabilidad, pues estamos comprometidos con la Verdad.
Al ejercer nuestra tarea, estamos poniendo sobre el candelero nuestra luz, la luz de Jesús. Son nuestras buenas obras las que deben alumbrar para que los hombres al vernos actuar puedan creer, -como nos ha enseñado el mismo Jesús-. Pero qué difícil es estar tan expuesto en un medio de comunicación, transformado hoy en vidriera del mundo, sin opacar a quien es la Luz verdadera.
“Nosotros somos la fragancia de Cristo al servicio de Dios” (2 Cor, 13,15)
Un pecado en el que podemos caer como comunicadores es la falta de humildad. "Aparecer" en un medio nos pone en un lugar destacado. No siempre estamos preparados para esta exposición pública. Por ello, la humildad modera el apetito que tenemos de la propia excelencia, contrarresta la soberbia, el orgullo, la vanidad. Si no somos concientes, como Juan el bautista, de que sólo somos la voz de quien es la Palabra, nos enceguecerán los aplausos y halagos que a menudo recibimos de nuestros interlocutores. Es verdad que alienta nuestra tarea el saber que nuestros receptores reciben nuestro mensaje con agrado, pero siempre estará el riesgo de querer "aparecer". Allí sería infecundo nuestro apostolado y quedaría trunca la evangelización, pues apareceríamos nosotros y no Jesucristo, corriendo incluso el riesgo de acomodar el Mensaje para "quedar bien" con quienes nos escuchan o leen.
Pablo nos da el ejemplo: “Cuando los visité para anunciarles el misterio de Dios, no llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría. Al contrario, no quise saber nada, fuera de Jesucristo, y de Jesucristo crucificado. Por eso, me presenté ante ustedes débil, temeroso y vacilante. Mi palabra y mi predicación no tenían nada de la argumentación presuasiva de la sabiduría humana, sino que eran demostración del poder del Espíritu, para que ustedes no basaran su fe en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Cor 2, 1-5)
Esta reflexión nos hace deducir que sólo los Santos evangelizan, pues el verdadero anuncio ha de realizarse con la palabra y el ejemplo.
Pensar en nuestra identidad como comunicadores católicos es pensar en nuestro singular camino de santidad, que San Pablo nos traza en un texto que es verdadero programa de vida para el comunicador católico:
“Bendigan a los que los persiguen, bendigan y no maldigan nunca. Alégrense con los que están alegres, y lloren con lo que lloran. Vivan en armonía unos con otros, no quieran sobresalir, pónganse a la altura de los más humildes. No presuman de sabios. No devuelvan a nadie mal por mal. No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien” (Rom 12, 14-18.21)
Este es el camino de la conversión constante en el cual debemos estar. El comunicador católico es un ser “animado por el Espíritu” (cfr. Rom 8,9) que no tiene como modelo a este mundo... sino que vive transformándose interiormente renovando su mentalidad para poder discernir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto (crf. Rom 12,2). Por ello debe examinarse para comprobar si está en la verdadera fe, poniéndose a prueba seriamente (cfr. 2 Cor. 13,5). Y lanzarse decididamente hacia la meta para alcanzar el premio del llamado celestial que Dios nos ha hecho en Cristo Jesús (Flp. 3,12-16)
Nuestra misión será pues, una necesidad: “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Cor 9,16), aunque a causa de ella tengamos que sufrir burla, incomprensión, persecución o la misma muerte. Paradójicamente éstos fueron los motivos que tuvo Pablo de gloriarse: “...¿Son ministros de Cristo? Vuelvo a hablar como un necio: yo lo soy más que ellos. Mucho más por los trabajos, mucho más por las veces que estuve prisionero, muchísimo más por los golpes que recibí. Con frecuencia estuve al borde la muerte, cinco veces fui azotado por los judíos con los treinta y nueve golpes, tres veces fui flagelado, una vez fui apedreado, tres veces naufragué, y pasé un día y una noche en medio del mar. En mis innumerables viajes, pasé peligros en los ríos, peligros de asaltantes, peligro de parte de mis compatriotas (...), cansancio y hastío, muchas noches en vela, hambre y sed, frecuentes ayunos, frío y desnudez (...). Si hay que gloriarse en algo, yo me gloriaré de mi debilidad” (cfr. 2 Cor 11,23-30).
Pero todo esto, no admite para Pablo el menor desaliento: “Si nuestro Evangelio todavía resulta impenetrable, lo es sólo para aquellos que se pierden, para los incrédulos, a quienes el dios de este mundo les ha enceguecido el entendimiento. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús, el Señor, y nosotros no somos más que servidores...Porque el mismo Dios que dijo: ‘Brilla la luz en medio de las tinieblas’, es el que hizo brillar su luz en nuestros corazones para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios, reflejada en el rostro de Cristo” (2 Cor4, 3-6).
Esta profecía de esperanza debe arder en el corazón del comunicador y no callarla. Ante el desasosiego que generan tantos males presentes en el mundo, no podemos callar la Buena Noticia que ha cautivado nuestra vida... Pero, como este gozoso anuncio es combatido por las calamidades que anuncian sólo destrucción y muerte, debemos vestir las armaduras del cristiano, para continuar nuestra tarea con entusiasmo, convicción y alegría.
“Por lo demás, fortalézcanse en el Señor con la fuerza de su poder. Revístanse con la armadura de Dios, para que puedan resistir las insidias del demonio. Porque nuestra lucha no es contra enemigos de carne y sangre, sino contra los Principados y Potestades, contra los Soberanos de este mundo de tinieblas, contra los espíritus del mal que habitan en el espacio.
Por lo tanto, tomen la armadura de Dios, para que puedan resistir en el día malo y mantenerse firmes después de haber superado todos los obstáculos. Permanezcan de pie, ceñidos con el cinturón de la verdad y vistiendo la justicia como coraza. Calcen sus pies con el celo por propagar la Buena Noticia de la paz. Tengan siempre en la mano el escudo de la fe, con el que podrán apagar todas las flechas encendidas del Maligno. Tomen el casco de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios” (Ef. 4,10-17).-

miércoles, 4 de junio de 2008

COMUNICACION Y ESPIRITUALIDAD - Apuntes para el diálogo y la meditación

La espiritualidad en la vida cristiana es el dinamismo del amor que el Espíritu Santo infunde en nosotros. No ha de entenderse por lo tanto como un momento puramente subjetivo de la vida cristiana, como un conjunto de ejercicios privados, o como un encuentro meramente íntimo con Dios.
Nos dice Esquerda Bifet: “Lo espiritual no es simplemente interiorización, sino un camino de verdadera libertad que pasa por el corazón del hombre y que se dirige a la realidad integral del hombre y de su historia personal y comunitaria" (Teología de la evangelización, Madrid 1995, p.368).
Ese dinamismo espiritual puede ser vivido en los momentos de recogimiento y de oración privada, pero también en la actividad externa. Es la espiritualidad que Pablo expresa como un “caminar en el Espíritu” (Rom 8,4) que transfigura las opciones, la actividad, las relaciones humanas.
Para el comunicador católico, que inserto en el mundo de comunicación social se enfrenta de modo cotidiano con la multifacética realidad que lo interpela y ante la que debe dar una respuesta de fe, vive la realización de su espiritualidad en la entrega a Dios y a los demás en la acción evangelizadora a la que ha sido llamado.
Por ejemplo: si en la íntima contemplación nos hemos detenido en la Palabra de Dios, no dejamos de encontrarnos con ella cuando la predicamos o iluminados por ella interpretamos la realidad. Allí nuestro encuentro con la Palabra se abre a nuevas dimensiones, acoge los cuestionamientos que brotan de esa experiencia pastoral, se manifiesta, se amplía, se hace más concreto, produciendo un fruto maduro.

El comunicador tiene todas las posibilidades de ahondar su vida espiritual en medio de la actividad contemplativa que exige su acción en la misión. Puede ser un cabal testimonio de contemplación activa. Su vida espiritual se entiende a partir del dinamismo encarnatorio que obra el Espíritu. Todo su dinamismo espiritual tendrá esta orientación de encarnarse en la historia donde Dios lo inserta. Por ello, para discernir sobre la autenticidad y la intensidad de nuestro amor a Dios, es necesario ver hasta qué punto nos hemos involucrado amorosamente en la relación con los hermanos y por lo tanto en lo mundano.
Veamos algunos aspectos propios de la espiritualidad del comunicador, que está marcada por las notas propias de su misión:

1. Una imagen de Jesús
El Jesús que se destaca en su oración es el Jesús, perfecto comunicador, el que enseña por medio de parábolas (Mt13,3; Mc.4,33), el que explica la Palabra en privado a los apóstoles (Mc.4,34), el habla con autoridad (Mt.7,29; Mc.1,22), el que habla en público, sin miedo, abiertamente (Jn.18,20; 7,25-26; 7,45-46)...En esa oración y contemplación el comunicador se siente impulsado en su misión. No va a la oración ante todo a sacar fuerzas para su tarea, recibir luz para hablar correctamente, o descansar luego del fatigoso trabajo. Si así fuera, su vida espiritual estaría al margen de su misión. Al contrario, en la oración personal le brota el deseo, como un fuego que no se puede apagar, de ir y anunciar la Palabra, de llevar a la realidad los valores que en su Evangelio Jesús propone.

2. Palabra para dar
Ciertamente, la Palabra ocupa un lugar central en la espiritualidad del comunicador, pero esa centralidad de la Palabra en su espiritualidad se vive tanto en la oración personal como en el micrófono, en la redacción o frente a una cámara de televisión. Al transmitir la Palabra se está dejando tocar por ella y está agradeciendo el don de la Palabra, está expresándole su amor y vivenciándola.
El comunicador católico se siente urgido a tratar muy asiduamente con la Palabra, porque sin ella su tarea evangelizadora es imposible.

3. Presencia de esos rostros
La intercesión en la oración personal y en la celebración de la Eucaristía, forma parte de la esencia de la espiritualidad del comunicador. Cuando va a la Misa y se acerca a comulgar, no vive un encuentro con Cristo meramente intimista. No puede no incorporar en este encuentro a todos los rostros, muchas veces sufrientes, de tantos hombres y mujeres que formaron parte de sus crónicas.

4. Paciencia y apertura ante el misterio
Las semillas del Reino van germinando en medio de la cizaña (cf Mt.13,24-30) de un modo misterioso, que no siempre puede ser apresurado ni medido con criterios externos. Esta convicción deberá estar marcada a fuego por el comunicador. Es la renuncia a tener bajo el propio control lo que Dios hace en las personas a su modo y con sus tiempos inescrutables.
5. Culto a la verdad
El comunicador que actúa movido por el dinamismo del Espíritu, está permanentemente orientado a la Verdad revelada. Evitará predicarse a sí mismo, o encerrarse en un determinado esquema mental o en unas pocas ideas que le atraen. A partir de esta actitud, será una buscador permanente del sentido profundo –y objetivo- de esta Palabra, para poder comunicarla a la gente.
6. En comunión
En su carta Novo Millennio Ineunte, Juan Pablo II pidió particularmente que los cristianos sean educados en una “espiritualidad de comunión” (n.43).
De esa comunión brota la comunicación que la expresará. Por ello, los comunicadores están llamados a ser en la Iglesia y en el mundo instrumentos, artífices, constructores, promotores de la comunión.
En este punto nos detenemos particularmente, ya que es uno de los aspectos más importantes de la comunicación católica y de toda verdadera comunicación.
Monseñor Juan Luis Ysern nos ha hablado muchas veces de la “pedagogía del encuentro”, entendiendo la comunión como “tarea y proceso permanente cuyo nivel y estado último lo alcanzaremos y viviremos en el Cielo, en la plena comunión con Dios y con los hermanos y cuya dimensión humana es tarea de toda persona”.
Como pedagogía para lograr esa convivencia fraterna y solidaria de verdadera comunicación, propone distintas necesidades, a saber:

1. Necesidad de aprender a escuchar
2. Necesidad de aprender a ponerse en el lugar del otro
3. Necesidad de aprender a descubrir a los que no tienen voz
4. Necesidad de aprender a estimular el protagonismo de cada persona
5. Necesidad de aprender a descubrir lo que hay de positivo en la realidad
6. Necesidad de aprender a descubrir las causas de la marginación y promover su eliminación.
7. Necesidad de aprender a caminar con creatividad

En la tarea de todo evangelizador, y en la misión particular del comunicador católico, que ha de anunciar un mensaje muchas veces opuesto a voces altamente sonantes en la cultura mediática, se plantea la cuestión del “cómo” anunciar, transmitir y comunicar la Verdad siempre vigente del Evangelio.
Evidentemente se trata de una pregunta pastoral, pero también una cuestión espiritual bien planteada.
La preocupación del cómo, incluso por la técnica, debería estar incorporada en esa actitud espiritual que es responder creativamente al amor de Dios y amar al prójimo con todas nuestras capacidades.
La negligencia por la calidad de la comunicación y sus producciones, puede indicar una escasa pasión por los demás y por la Palabra de Dios.

Veamos ahora, a modo de ejemplo y testimonio, el corazón del comunicador, en la persona de San Pablo.
Cada vez que leemos las cartas de Pablo, nos sorprende el vigor de sus palabras. Este vigor se debe seguramente al misterio de la inspiración divina, pero también al hecho de que Pablo se ha dejado llenar el corazón.
Este es el camino de su espiritualidad como comunicador.
La fuerza, la libertad interior, la penetración de sus páginas nos revelan hasta qué punto se empleaba a fondo en lo que decía y cómo se prodigaba, con una riqueza espiritual profunda y conmovedora.
Hay un pasaje de la segunda carta a los Corintios en el que toda la vida interior del Apóstol se revela con una ternura sorprendente.
En el contenido de la carta vemos que Pablo se siente acusado, hay personas de la comunidad que hablan mal de él porque no se sienten atendidas, le consideran cobarde y perezoso y hasta desconfían de su ministerio. Pero Pablo escribe:
“Nos hemos desahogado con ustedes, corintios; y se nos ha ensanchado el corazón. No los amamos con un corazón estrecho; vuestro corazón, en cambio, sí parece estrecho. Páguennos con la misma moneda –se los pido como a hijos- y ensanchen también ustedes el corazón” (6,11-13)
El texto griego, dice literalmente: “Nuestra boca se ha abierto para vosotros y nuestro corazón se ha abierto de par en par para vosotros”.
Pablo quiere decir que nunca ha sido falso, que no ha ocultado nada, que ha dicho todo lo que tenía en su corazón.
Es al corazón de los corintios al que hay que reprochar; son ellos quienes no le han entendido por la mezquindad de su corazón.
Es un reproche muy fuerte, pero lleno de ternura:
“Páguennos con la misma moneda –se los digo como a hijos- y ensanchen también ustedes el corazón”
Es una hermosísima definición de la caridad: la caridad es habitar en el otro como en tu propia casa. Por eso se habla de la relación padre-hijo.
En el capítulo 7 de la misma carta, se retoma la imagen de habitar en el otro: “Dennos cabida en su corazón” (v.2) “Y no digo esto para condenarlos, pues acabo de decir que los llevamos dentro del corazón compartiendo muerte y vida” (v.3)
No se podría expresar de manera más elevada la fusión de los corazones que la comunicación de la Palabra de Dios ha creado.
Si la segunda a los Corintios es la más tumultuosa de las cartas de Pablo, la más rica en afectos y pasiones, la carta a los Filipenses es la más cordial, amable y gozosa.
Son distintos aspectos del hablar desde el corazón, al corazón, con el corazón, que tienen que caracterizar la comunicación de la fe en la experiencia cristiana.
La raíz de la espiritualidad del comunicador está encarnada en la realidad de ve, juzga y sobre la que actúa en consecuencia.
Un esquema altamente provechoso es el que ofrece Mons. Ysern cuando plantea el ver, juzgar y actuar del comunicador en estos aspectos que detallamos textualmente:
1.- VER

El primer paso del proceso es “ver” lo que está sucediendo e, incluso lo que se ve venir. Ver la realidad del modo más objetivo posible, incluyendo, en la medida de lo posible, lo que ya se ve venir.
Pero al hablar de la realidad es absolutamente necesario no olvidar lo que dijo el Papa Benedicto XVI en el discurso inaugural de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Aparecida. Decía el Papa: “¿Qué es esta "realidad"? ¿Qué es lo real? ¿Son "realidad" sólo los bienes materiales, los problemas sociales, económicos y políticos? Aquí está precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el último siglo, error destructivo como demuestran los resultados tanto de los sistemas marxistas como incluso de los capitalistas. Falsifican el concepto de realidad con la amputación de la realidad fundante y por esto decisiva, que es Dios. Quien excluye a Dios de su horizonte falsifica el concepto de "realidad" y, en consecuencia, sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas. - La primera afirmación fundamental es, pues, la siguiente: Sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano. (DI.3)

Por lo tanto, para “ver la realidad” la primera metáfora que vamos a utilizar es la del Monasterio. Se trata de vivir la actitud de búsqueda de Dios que está presente en la realidad. Es el Dios Vivo que, desde la realidad, está hablando, está diciendo algo para nosotros. Es necesario estar atentos, escuchar y contemplar. Sólo el que conoce a Dios puede descubrir las semillas del Verbo existentes dentro de esa realidad, entender el sentido definitivo de todo y dar testimonio de ese Dios presente y proclamarlo.

La segunda metáfora a la que haremos referencia es a la del Observatorio. Se trata de estar muy atentos a la realidad. Lo que está pasando y lo que se ve venir. Es analizar la realidad concreta con todas las intervenciones que realiza la persona humana. Entender el corazón de la persona que se esconde detrás de esta realidad. Entender todo lo que hay de bueno y lo que hay de malo. Las causas y sus consecuencias. Es esa la realidad desde la que Dios nos habla para transformarla y vivir la Alianza con Él y con los demás.


Metáfora del Monasterio.

Es evidente que al hablar ahora de “Monasterio” no estamos insinuando que todos los fieles nos vayamos a un claustro para dedicarnos a la vida contemplativa. Pero sí estamos expresando la necesidad de tener una actitud contemplativa. Actitud necesaria para todos y que debe existir en todo momento pero que en estos momentos en los que entramos en una nueva época tiene una especial connotación y urgencia. Es necesario tener muy presente que Dios no nos ha abandonado ni nos abandonará nunca.

Con frecuencia hacemos comentarios sobre la velocidad de cambios en la actualidad. Incluso se ha advertido mucho que no se trata simplemente de una “época de cambios”, sino que es algo mucho más profundo. Se trata de un “cambio de época”. Además, nos han advertido que la velocidad de cambios se va a acelerar cada día más. Pensarlo nos produce vértigos pero es algo frente a lo cual tenemos que saber actuar; es dentro de esa velocidad donde tenemos que aprender a descubrir al Dios de la vida que nos llama en Cristo para que tengamos vida en abundancia.

Como cristianos hemos de seguir siempre los criterios que brotan de la fe. Estos criterios son fáciles de comprender, en cierto modo, en un mundo estático. Los recibimos por herencia. Van pasando de generación en generación. Desde niño uno aprende los criterios que se deben mantener en la vida para ir en seguimiento del Señor. Pero la situación se complica en la medida que el mundo deja de ser estático y entra en un dinamismo de cambio en el que los criterios de ayer ya no valen hoy. No obstante, sabemos que lo que da sentido a nuestra vida, Dios, que se nos hace visible en Cristo, no cambia. Él es el mismo ayer, hoy y siempre, que camina con nosotros, nos inspira y nos cuida.

En consecuencia, el desafío es descubrir a ese Dios que está presente en la realidad, “está a la puerta y llama” (cf. Ap. 3, 20). Se requiere mirar las realidades nuevas con los ojos de la fe, pero el problema para cada uno es que la fe la tiene inculturada y no puede juzgar la cultura nueva desde la cultura que ya está pasada, sino desde la fe. Tarea sumamente difícil. Es aquí donde se necesita una muy especial actitud contemplativa en la que nos necesitamos mutuamente como pedagogos y aprendices partiendo desde la adecuada lectura y reflexión bíblica.

Ver la cultura nueva con los moldes y paradigmas de la cultura antigua no es lo que nos corresponde como cristianos. No es esa propiamente la actitud de fe. Se necesita saber discernir eso nuevo, lo que brota, para ver todo lo que hay en ello de bueno, de verdadero, de bello..... Todo lo que hay de positivo viene de Dios y a Dios está orientado. No aceptarlo y condenarlo todo, significa no escuchar a Dios.

Dios es el mismo, pero el idioma en el que nos habla es distinto. No querer escuchar “todos los idiomas” puede llevar consigo dejar de oír “las maravillas de Dios” (cf. Hech. 2,11). Llenarse del Espíritu Santo que se nos está dando, dejarse conducir por Él, nos hace entender y hablar todos los idiomas. Pero, esto requiere ser dóciles al Dios que nos habla. Es necesario estar permanentemente buscando al Señor y escucharlo. Esta actitud contemplativa es la que nos coloca en el Monasterio de nuestra metáfora.

Estos cambios de idioma, esto es, cambio de mentalidad y de cultura, los estamos viviendo hoy día en una forma sucesivamente acelerada como hemos dicho. Esto nos desconcierta. Pero si nos fijamos podemos darnos cuenta cómo esta realidad la ha vivido la Iglesia desde el primer momento. Vemos como la Iglesia sale del Pueblo Hebreo y entra en el mundo de los Gentiles. El cambio es muy brusco. Vemos la Iglesia naciente dentro de la cultura griega y de la cultura romana, en Egipto, en Asia, en Europa. Vemos a Pablo y a los demás apóstoles pasar de un lugar a otro. Los cambios eran grandes y en cada situación saben descubrir al Dios presente y Salvador en Cristo.

Este es el especial esfuerzo contemplativo que hoy se requiere. Con el fin de lograrlo necesitamos ayudarnos mutuamente y purificar nuestra mirada con una fe creciente. El Dios que está por encima de todo, el Dios trascendente, es también el Dios que está en los más intimo de cada cosa, el Dios, inmanente que está animando la vida y la historia. Quien tenga un corazón creyente y escuche al Dios que habla no estará asustado frente a la realidad. Lleno de fe vivirá la esperanza desde el interior de la realidad descubriendo las Semillas del Verbo.


Metáfora del Observatorio

Es muy sabido que las nuevas tecnologías en el campo de la comunicación social tienen una extraordinaria importancia en lo que se refiere a la nueva cultura que se está creando. Pero la “Revolución tecnológica” incluye muchas otras tecnologías cuyos efectos no son de menor importancia. Las tecnologías de la ingeniería genética, los robots y todo lo que significa la automatización industrial, etc. etc. no podemos dejarlas a un lado. Todo ello es el mundo de las “nuevas tecnologías” con las que se está creando la nueva forma de convivencia y que está dejando a grandes sectores de la humanidad como excluidos de esa convivencia.

En la metáfora del Monasterio nos hemos referido a la escucha del Dios permanente. Pero aquí nos referimos a la actitud de compartir la vida en la realidad cambiante del hombre. La Iglesia tiene que escuchar a Dios en todo momento y, al mismo tiempo, tiene que entrar en la realidad del hombre. La Iglesia tiene que hacer visible cómo en todo momento se puede vivir la Alianza con Dios y con los hombres.

Cuando nos referíamos al monasterio, poníamos nuestra atención en las maravillas de Dios que se pueden proclamar en todos los idiomas, pero ahora fijamos la atención en esos idiomas con el fin de descubrir las capacidades que tienen para proclamar las maravillas de Dios.

Cuando hablamos ahora del mundo de las nuevas tecnologías no nos referimos simplemente al conocimiento científico-técnico de todas estas tecnologías, nos referimos fundamentalmente al conocimiento de lo que el uso de estas tecnologías está produciendo en el hombre y los nuevos paradigmas que aparecen.

Se necesita saber cuáles son las influencias de todo ese mundo de las tecnologías sobre los comportamientos de las personas, de los grupos humanos y de la humanidad entera. Los efectos de la heterogeneidad de situaciones existentes. Son miles de preguntas que podemos formular en cada uno de estos campos y sobre las que no tenemos respuestas.

Los Observatorios en sentido estricto pueden ser establecidos de muchas formas en conexión con las universidades u otras entidades o personas que realizan labor de investigación. Pero es necesario insistir que debe ser una actitud que, según sus posibilidades, debe adquirir y desarrollar cada persona fijándose en sí misma y en su entorno, prestando especial atención a lo que va en dirección de encuentro e inclusión o, por el contrario, de dispersión y exclusión.

Los creyentes y personas de buena voluntad pueden realizar una gran labor dentro del mundo al que nos referimos con la metáfora del Observatorio. De una forma especial habrán de vivir la opción por los pobres. Ellos, según lo que se ve venir, van a estar excluidos del uso de las tecnologías. Las consecuencias son difíciles de calcular en estos momentos. Pero quien busca la inclusión ya puede fijar su mirada en este mundo de los pobres y tratar de entender lo que sucede. Se necesitará mantener una permanente actitud creativa, búsqueda de formas y caminos viables para la participación de los pobres. Es un aspecto en el que la urgencia de ayudarnos a ver esta realidad se hace apremiante.


2.- JUZGAR

El segundo paso del proceso es “juzgar” con profundo discernimiento evangélico para ver todo lo que hay de bueno, verdadero y bello y distinguirlo bien de todo lo que no es así. Siendo la realidad tan compleja se ve con evidencia la necesidad de ayudarnos mutuamente para desarrollar juntos el sentido crítico que necesitamos. El diálogo que hemos de realizar para este paso nos hace vivir una verdadera y mutua actitud pedagógica, al mismo tiempo que aprendemos a complementar nuestra visión.

El “juzgar” que hemos de realizar según los criterios del Evangelio nos orienta hacia el Reino donde viviremos la comunión en plenitud por lo que lleva consigo el sentido de “inclusión”, poniendo especial atención en los “excluidos”.

Así pues, para realizar nuestro juicio hemos de poner la mirada en el rostro de Cristo. Es con esa mirada como podemos tener los criterios tanto para juzgar la realidad de los excluidos, rostros sufrientes de Cristo, como sobre su llamado a la inclusión en la convivencia fraterna con su proyección definitiva en el Reino.

Con claridad nos lo indica Aparecida: “En el rostro de Jesucristo, muerto y resucitado, maltratado por nuestros pecados y glorificado por el Padre, en ese rostro doliente y glorioso (cf. NMI 25 y 26), podemos ver, con la mirada de la fe el rostro humillado de tantos hombres y mujeres de nuestros pueblos y al mismo tiempo su vocación a la libertad de los hijos de Dios, a la plena realización de su dignidad personal y a la fraternidad entre todos. La Iglesia está al servicio de todos los seres humanos, hijos e hijas de Dios” (A 32)


Metáfora de la Espada

Al referirnos a “la espada” estamos haciendo uso de una imagen bíblica que hace referencia a la Palabra de Dios. “Ciertamente, es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón. No hay para ella criatura invisible: todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuenta” (Hbr. 4, 12-13).

Nuestro discernimiento ha de tener como referente clave la Palabra de Dios, no nuestro gusto o interés personal. Es espada de doble filo. No sólo para juzgar la realidad exterior, sino también la realidad interior, lo que está en lo más íntimo de nuestro corazón. Todo lo hemos de ver según la verdad como es ante los ojos de Dios, sin engañarnos.

Significa conocer la Palabra de Dios como ha sido entendida por la Iglesia a través de los siglos. Nuevamente aparece aquí la necesidad de ayudarnos, no sólo por la ayuda que nos puedan prestar los estudiosos de la Palabra de Dios, sino también por el sentir de los sencillos que se dejan conducir por el Espíritu Santo.

Las Comunidades Eclesiales de Base y otros encuentros que se realizan en torno a la Palabra de Dios son escuelas vivas donde el intercambio de unos con otros en apertura a lo que dice el Señor es una pedagogía firme para asumir los auténticos criterios para la inclusión de los excluidos.

Siempre es posible que el juicio de la comunidad caiga en error. Por eso mismo, manteniendo la docilidad al Espíritu Santo, se ha de procurar la verificación con el juicio de la Iglesia.

Son muchas las veces que cuesta decir las cosas por su nombre, pero es necesario saber utilizar bien la espada que con la fuerza de la verdad penetra no sólo la realidad palpable inmediata, sino también las causas y circunstancias que explican esa realidad.

Frente a lo que aparece de falsedad, injusticia y maldad, el juicio será de denuncia y frente a lo que se descubra como bueno, verdadero y bello el juicio será aprobación que se traducirá en anuncio. Será buena noticia, reflejo, aunque sea lejano, de la Buena Noticia del Reino.

Metáfora del Amanecer

Se trata de la luz que llega para un día nuevo. El juicio no puede quedarse en la calificación o descalificación de la realidad, es necesario mantener un juicio creativo que plantee propuestas válidas en coherencia con la justicia y el bien que nos presenta la Palabra de Dios.

Es necesario juzgar sobre las aberturas que aparecen en la realidad en dirección al Reino. El juicio que nos hace entender las semillas del Verbo y plantea sobre ellas propuestas que ayuden a germinar esas semillas y a desarrollar esos brotes.

Es necesario que junto al juicio denunciador de la realidad de injusticia y de exclusión se vea el juicio del centinela que anuncia el nuevo día, presentando propuestas con las que se pueda caminar a la transformación de las tinieblas de la noche hacia el nuevo día, de la inclusión para que todos vuelvan a ser hermanos.

Se trata de pensar creativamente las propuestas que cada persona, ya en forma personal ya grupalmente, pueda realizar en su entorno sin quedarse inmóvil ante la inmensidad y fuerza de las tinieblas. Ciertamente no hay que empeñarse por hacer lo que es imposible, pero eso no puede dar justificación para dejar de hacer lo que es posible, por poco que nos parezca.

Dios no nos pide que hagamos lo imposible, pero nos pedirá cuenta de lo que, siendo posible, hayamos dejado de hacer. Nos pedirá cuenta del amor y del empeño que hayamos puesto o hayamos dejado de poner en lo que Él nos pide, por pequeño que sea.


3.- ACTUAR

El tercer paso del proceso es “actuar”. No basta tener buenos diagnósticos y buenas propuestas que nos garanticen buenos discursos. Es necesario ponerlos en práctica. Es muy fácil decir que todos somos hermanos, pero no basta eso, es necesario vivir como hermanos.

Para el desarrollo de esta parte vamos a utilizar la metáfora del Sínodo y la metáfora del parto.

Con la metáfora del Sínodo no nos referimos al Sínodo como asamblea jurídica, sino en su sentido más amplio. Se trata del camino que todos juntos debemos descubrir y que juntos debemos recorrer. La Iglesia es un Pueblo que camina por el mundo hacia la vida plena y definitiva del Reino.

Y con la metáfora del Parto nos referimos a la vida nueva que con esfuerzo está naciendo. Pero al hablar del parto estamos haciendo referencia al “Parto de la Esclava”, teniendo bien claro que la Esclava es la inmensa porción de pobres y excluidos que existen en nuestros entornos sin formar parte de nuestra sociedad. Pero advirtiendo, además, que este Parto no es el fruto de una violación ultrajante de la Esclava, sino el fruto de un matrimonio fiel y definitivo con ella.

Los cristianos formamos la fraternidad de los discípulos que unidos seguimos a Cristo, fijándonos siempre en Él lo que nos hace vivir la opción preferencial por los pobres que está implícita en nuestra fe cristológica lo que nos lleva a actuar en el servicio permanente a los pobres.

Aparecida nos dice con toda claridad: “Si esta opción está implícita en la fe cristológica, los cristianos como discípulos y misioneros estamos llamados a contemplar en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: “Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo” (SD 178). Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: “Cuanto lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25, 40). Juan Pablo II destacó que este texto bíblico “ilumina el misterio de Cristo”(NMI 49). Porque en Cristo el grande se hizo pequeño, el fuerte se hizo frágil, el rico se hizo pobre” (A 393)


Metáfora del Sínodo.

La palabra “sínodo” viene del griego y podríamos traducirla por “concaminantes”, los que llevan un mismo camino, o el recorrido en común. Compañeros de camino. Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha convocado a la celebración de asambleas especiales para buscar y señalar el camino que se ha de seguir. El sentido que la Iglesia da al término “sínodo” está expresado en el Código de Derecho Canónico (can, 342 y 460), y es siempre una asamblea convocada para buscar los caminos a seguir.

Cuando hablamos ahora de la metáfora del Sínodo, estamos haciendo referencia a la actitud de caminantes con la que tenemos que seguir al Señor en medio de la realidad concreta y a la actitud de comunión y participación propia de la fraternidad de los que siguen al Señor. Se trata, por tanto, de saber relacionarnos para seguir juntos el camino del Señor que tenemos que recorrer. Es la actitud no sólo de sentirse miembros de un mismo Pueblo en actitud de comunión y participación, sino también la de proceder con coraje como caminantes. Pueblo de Dios en marcha.

En la metáfora del Sínodo, lo que decimos es que lo expresado en las metáforas anteriores lo tenemos que realizar todos juntos, ayudándonos mutuamente, eliminando individualidades de dispersión, procurando incidir en la sociedad con sus estructuras en orden a su transformación según la dirección del Reino, centro de la plena inclusión.

Cada miembro de la Iglesia, desde el lugar donde se encuentre, tiene algo que realizar. Nadie puede suplirle y es desde su propia realidad que tiene que ser fiel al Señor que le llama.

Pero esta función de cada uno se realiza como Iglesia, dentro de un Cuerpo y para bien de todo el Cuerpo. El Cuerpo de Cristo. Es doctrina muy claramente explicada desde el principio de la Iglesia (cf. 1 Cor. 12, 12 ss). Se trata de la participación de todos los miembros en la comunión viva del mismo Cuerpo, la Iglesia.

Corresponde a la Jerarquía de la Iglesia el último discernimiento sobre la fidelidad al mensaje del Señor y su dinamismo vital. Pero esto no significa que las iniciativas para el camino a seguir tengan que provenir de la Jerarquía. Cada uno debe conocer del mejor modo posible su propia realidad, y desde esa realidad tomar las iniciativas que con la mirada de fe y la creatividad del amor deba tomar en comunión con toda la Iglesia.

La actitud de caminante lleva consigo el romper con las comodidades de la instalación. El instalado adquiere una postura estática. El cristiano y la Iglesia entera han de estar siempre en marcha.

La Iglesia, lo sabemos, mientras vive en este mundo es peregrina. Siempre tendrá la tentación de instalarse. Es fácil entusiasmarse por los espejismos que presente el mundo y caer en la tentación de transar con aparentes y falsos valores. Ya el Señor nos advirtió sobre la necesidad de vigilar y orar (Cf. Mt. 26, 41). Pero, si la Iglesia es peregrina por naturaleza, hoy día esta realidad adquiere una especial característica ante la velocidad de cambios en nuestra realidad.

Finalmente hemos de advertir que, si bien es cierto que los miembros de la Iglesia hemos de seguir nuestro camino en comunión con la Iglesia, no obstante, hemos de saber hacer alianza con todos en todo lo que tienen de verdadero y bueno. Dios actúa en todos, no solo en los que estamos dentro de la Iglesia. En el campo de las ciencias y en los demás campos de la vida se dan grandes aportes para el camino de vida que hemos de seguir. Para vivir la metáfora del Sínodo es necesario caminar con ellos según el lugar que corresponde, recogiendo sus aportes, aunque procedan de personas que no tienen fe y siempre tendremos que procurar que cada persona actúe libremente como protagonista de su propio camino.


Metáfora del Parto.

Ya hemos señalado que el Parto al que nos referimos es al Parto de la Esclava como fruto de un matrimonio veraz y definitivo con ella, no como fruto de una nueva vejatoria violación Es el matrimonio que hace libre a la esclava y la hace portadora de una vida nueva que hace visible aquello de Isaías: “Miren que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notan? (Is. 43, 19).

También hemos dicho que la Esclava es la enorme porción de excluidos que forman parte de la sociedad. Son todos los que quedan debajo de la mesa de la vida y que son “explotados” y maltratados por el mismo ambiente dominante fortalecido por el poder de la economía neoliberal que estamos viviendo.

Se oyen gritos clamando por un mundo mejor con el convencimiento de que “otro mundo es posible”. Por todas partes se descubren sinceros esfuerzos de acompañamiento a los pobres no sólo respetando su protagonismo, sino estimulándolo. Es cierto que a veces hay que actuar como voz de los que no tienen voz, pero siempre hay que estar atentos para no arrebatar la voz de nadie, sino crear las condiciones para que su voz se oiga.

Fácilmente se puede apreciar que esta mirada especial a los pobres no significa desentenderse de los ricos. Todo lo contrario, se trata de una opción de universalidad. Se trata de una imperiosa llamada a los ricos y poderosos para vivir la alianza matrimonial con la esclava, con los pobres. Con igualdad de dignidad, dando libertad a la esclava.

La Iglesia, desde su nacimiento se ha sentido llamada a vivir este matrimonio con los pobres, pero también se ha dejado tentar por el poder, aunque, a través de los siglos, siempre han aparecido grandes voces y testimonios activos y vigorosos que han hecho palpable el permanente llamado a la Iglesia para vivir este matrimonio con la esclava.

La comunidad eclesial puede ayudar mucho para que se oiga la voz de los pobres que claman por su dignidad, por la verdad y por la equidad. Esto no es abandonar a los poderosos, todo lo contrario, si esto se realiza con fidelidad al Señor es hacer resonar el llamado, cariñoso pero fuerte, del Señor, recordando el deber que tienen como administradores de los bienes que fueron creados por Él como regalo para todos. Es el llamado a los poderosos para utilizar su poder como servicio para el bien común, el bien de todos y que, por lo tanto, se ha de colocar principalmente al servicio de los que no tienen bienes. Al servicio de la solidaridad auténtica y permanente.

Quien vive el matrimonio con la esclava hará visible para la opinión pública los ejemplos de ricos y poderosos que con sinceridad solidarizan con los pobres y los ejemplos de los pobres que con dignidad y verdad saben mantener su protagonismo en busca de lo que es bueno para todos. Estos ejemplos son los que hacen ver que “algo nuevo está naciendo”. Es el Parto de la Esclava.


Bibliografía

- FENANDEZ, Víctor Manuel: “Teología espiritual encarnada” Ed. San Pablo, 2005
- MARTINI, Carlo María: “El presbítero como comunicador” Ed. PPC, 1986
- YSERN DE ARCE, Juan Luis- Artículo: “La pedagogía del encuentro: desde la exclusión a la inclusión” , 2007